jueves, 8 de abril de 2010

“Esto es una parte del pasado que no es rentable”


Fuente Página 12.

“Esto es una parte del pasado que no es rentable”

Los aficionados que crean blogs y comparten música descatalogada son perseguidos por quienes, atendiendo a intereses diversos, se resisten a los cambios. “Me pareció que lo que yo tenía en casa no debía permanecer encerrado”, se defiende uno de los bloggers.

Por Facundo García

La memoria colectiva no sólo se amenaza con palos y armas: a veces basta el capricho de un puñado de empresas. Los inconseguibles del rock argentino era un blog que permitía descargar discos imposibles de encontrar en el mercado. En poco más de tres años había reunido tres mil posts con innumerables archivos y reseñas. Siete millones de visitas demostraban que ahí había un aporte valioso, rebosante de comentarios y debates. Pero según cuenta Marcelo B., hace unos días que Blogger –el administrador de bitácoras más popular de la red– lo sorprendió al borrar de un plumazo su trabajo. Y lo peor es que otros espacios de rescate cultural podrían correr la misma suerte.

Ahora los inconseguibles son más inconseguibles todavía, y Marcelo analiza cómo reponerse del sopapo. “La idea es compartir y dar a conocer esos materiales maravillosos que se fueron perdiendo –cuenta–. Afortunadamente, hay una gran cantidad de gente que se sumó y que colabora enviándome lo que tiene.” El equipo incluye a aficionados, músicos y productores. Es decir que se atacó no sólo a un blog, sino a una comunidad de usuarios que estaba en comunicación permanente. Además, el bloguero no ganaba un peso, y jura haberse movido exclusivamente por “la gratificación de llenar un vacío en mucha gente”. “No quise joder a nadie –insiste–. Tanto es así que puse mi dirección de mail para que el que se sintiera molesto por la inclusión de un álbum me pidiera retirarlo y listo. Por otra parte nunca posteé discos que estuvieran disponibles en los comercios.”

Desde septiembre de 2006 el proyecto recibió muchísimos más apoyos que quejas. “¿A quién le molesta que eso esté ahí?”, se pregunta Marcelo. Y se responde: “Por supuesto que a ciertas grabadoras, a algunos ‘revendedores’ que creen tener los derechos de las obras publicadas, y a algunos ‘representantes’ de la cultura que de cultura tienen muy poco y no representan a ningún artista, pero necesitan justificar su sueldo.” Lo tragicómico es que por cada cierre aparecen tres o cuatro sitios que retoman la tarea. “Los que dirigen esto no van a lograr lo que pretenden. Hay cambios en la industria musical y habrá que asimilarlos”, avisa el melómano.

Desertificación sonora

Antes de instalarse en el nuevo paisaje digital, los grandes intereses moverán todos sus recursos para acomodarlo a su favor, poniendo los balances financieros por delante del acceso a los bienes musicales. En efecto, hace pocos meses el Congreso de la Nación aprobó una ley que extiende de cincuenta a setenta años los derechos de las compañías fonográficas sobre los discos que alguna vez editaron. Eso significa, entre otras cosas, que obras que estaban a punto de pasar a dominio público –en criollo, léase “iban a ser de todos”– seguirán en manos privadas por dos décadas más. Para colmo –lo señaló Diego Fischerman en una nota publicada en Página/12 el 21 de febrero– la norma no contempla ninguna obligación para quienes detentan los derechos, que podrán seguir encanutando placas como lo han hecho hasta hoy. Basta mencionar lo que ocurrió con La voz de la zafra, de Mercedes Sosa, que permaneció fuera de circulación durante cuarenta y ocho años porque RCA –hoy en manos de Sony– consideraba que no era rentable una reedición. Y eso es sólo la punta del iceberg. Como definió Litto Nebbia en otra columna publicada en este diario a principios de marzo, el sistema vigente hace que “el manipuleo sobre la no edición de una obra sea lo más parecido a ‘borrar un artista del mapa’”. Hasta que por hache o por be –y si tiene buena estrella– el creador vuelve a estar en las disquerías porque recobró la notoriedad. Muriéndose, por ejemplo.

Las huellas del consecuente desastre están por todos lados. ¿Cuál era la música de la Televisión Nacional chilena durante el gobierno de Allende? ¿Cómo suenan las canciones tradicionales que los judíos sefardíes grabaron en Argentina? ¿Dónde revisitar los viejos cuentos relatados por María Elena Walsh? En la mayoría de las tiendas la respuesta será el silencio o un pasito de Ricky Martin. No así en otro blog de lujo, Los que no se consiguen (http://losquenoseconsiguen.blogspot.com). Como otros consultados, Danito prefiere que lo mencionen con ese nick para no tener problemas. Y no se guarda nada. “Las discográficas grandes –dispara– jamás se interesaron por seguir manteniendo en disponibilidad álbumes que forman parte de nuestra identidad. Debería haber una ley para evitar eso.”

El tampoco está detrás del billete. “Me pareció que lo que yo tenía en casa no debía permanecer encerrado”, confiesa. En sintonía con sus colegas, pinta una imagen que está lejos del arquetípico blogger solitario. “Muchos me han hecho llegar joyas que no conocía, como un recital de la cantante mapuche Aimé Painé, de quien directamente no quedó registro discográfico. Y desde hace tres años volví a tener la sana costumbre de recorrer las casas de vinilos viejos y adquirir (a veces a precios altos) discos descatalogados para poder compartirlos.” Si bien Los que no se consiguen no ha sufrido ataques directos, sí debe lidiar con las firmas que permanentemente lo denuncian y dan de baja sus links de descarga. “Es desgastante que te borren archivos que hay que volver a subir, de discos que a ciencia cierta sabés que no se reeditaron ni se reeditarán jamás”, se enoja Danito. Ojo, que el hombre no es un activista del copyleft ni mucho menos. “Así como estamos los que compartimos discos fuera del interés de las discográficas, hay muchos que ponen discos nuevos apenas salen a la venta, y tal vez –me pregunto– el hecho de bajar esa música cree un hábito perverso”, sostiene.

Una casa con cien mil discos

La discusión sobre las descargas está lejos de haberse saldado. Mientras, el tiempo pasa y cada temporada deja tras de sí toneladas de títulos que no volverán a ver la luz. Esas perlas son las que apasionan a Alejandro Molinier, que desde 2007 hace la curaduría de Discos Bizarros Argentinos (discosbizarrosargentinos.blogspot.com). Molinier –que también conduce un programa de radio que se llama Bizarrock y va los sábados de 17.30 a 19 por Radio del Pueblo (AM 830)– jura tener cien mil discos y la ilusión de instalar un museo. Sin embargo, como no tiene ningún apoyo, se conforma con difundir lo suyo por la web y el éter. “Después de ver la película Help! de Los Beatles –rememora– salí a rastrear discos. No sé cómo pasó, pero al final tuve que conseguir una casa entera para poder guardarlos.”

Alejandro camina atento. Cuando no hay un vecino que desecha una caja de LP, se cruza con colecciones tiradas en medio de la calle. Con esa base procura reconstituir una trama que de otro modo permanecería hecha jirones. Adjunta sus investigaciones en cada post e invita a que los visitantes escuchen una parte de su tesoro. La “Marcha de los taximetristas peronistas”, las canciones que los hermanos Borocotó le dedicaron a su madre y el pasado de Piero en La Nueva Ola pueden parecer cuentos salidos de una mente enferma, pero existen y concentran un conjunto de variables políticas, sociales y estéticas que vale la pena analizar. “No son como las grabaciones de Elvis o Pink Floyd, que uno sabe que se seguirán promocionando siempre. Esto es una parte del pasado que no es rentable y que por lo tanto tiende a permanecer sumergida. Fijáte que un disco como Juventud Argentina Peronista –de Carlos Bisso, lanzado en 1973– anticipa puntillosamente el fenómeno que hoy es Bombita Rodríguez. ¡Sólo que Bisso era un Bombita real y nadie se acuerda!”

Entre risas, el bizarrólogo adelanta que sus próximos posts destaparán a Graciela Borges cantando temas de Palito Ortega en 1965, más un disco simple que grabó Andrés Percivale en los ’70, varios de Alberto Olmedo y hasta uno de Ringo Bonavena cantando con los Shakers. Cuando recupera la compostura, se anima a arriesgar una conclusión. Desde su punto de vista, los que manejan el mercado no sienten la obligación de cuidar lo que “ya fue”. “Tengo amigos que sacaron de un container masters de verdaderos maestros. Y es un peligro que exista ese desprecio, porque a mí hace veinte años Depeche Mode me parecía una cagada y ahora los volví a escuchar y me gustan. Pero si nadie los hubiera conservado, jamás hubiera tenido la chance de revalorizarlos”, subraya.



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