Por Eduardo Fabregat *
Los gobiernos pasan, las sociedades mueren.
La policía es eterna.
Honoré de Balzac
En diciembre de 1980, Almendra hizo oficial su retorno a la escena con un show en Obras Sanitarias. En el programa de la reunión podía leerse el siguiente texto: “Necesitamos una región de poesía y música que desbarate, que confunda. Que inflame, que derroche. Que ilumine, que desborde, que enceguezca. Necesitamos hacer sonar una campana, para que su sonido nos sacuda y nos inunde. Para recordar, para evaluar, para emerger. Para seguir estando aquí y cantar por una generación fumigada... La música popular argentina de raíz no tradicional seguirá existiendo a pesar nuestro, porque el arte frontal existe desde los comienzos de la vida”.
A comienzos del año siguiente, Luis Alberto Spinetta, Edelmiro Molinari, Rodolfo García y Emilio del Guercio tuvieron una respuesta a su carta: en La Plata, la Policía Bonaerense cargó sus camioncitos celulares con más de 200 personas para averiguarles los antecedentes. Los fumigadores seguían trabajando.
Todo empezó mucho antes, pero hay símbolos que sirven como punto de ebullición del caldo. El miércoles 22 de septiembre, Diego Schissi estaba actuando en Café Vinilo cuando apareció la policía y le indicó que se bajara, que el show quedaba suspendido: por orden de un inspector del Gobierno de la Ciudad, el escenario quedaba clausurado. Que el disco más reciente del notable pianista se titule Tongo pone una nota de humor, pero es la única gracia que puede hallarse en esta historia. Pocos días antes, la tragedia de Beara había inaugurado una nueva cacería en la ciudad: la ineptitud y la negligencia del Gobierno para realizar un control eficaz de las condiciones de seguridad en los boliches debían ser pagadas por todos. Como en los días posteriores a Cromañón, a Buenos Aires se le impuso una veda de música en vivo, como si el peligro fuera la música y no los empresarios y funcionarios corruptos que miran para otro lado mientras en un boliche se amontona gente en un entrepiso de durloc. Un boliche que figuraba en la página oficial “Salí Seguro”. Un boliche cuyo relacionista público, Maximiliano Fratino, repartía el tiempo con su otro trabajo en el Ministerio de Justicia y Seguridad del Gobierno de Buenos Aires.
El grupo de uniformados interrumpiendo un show fue el último empujón para vencer la inercia. El lunes 27 de septiembre, los Músicos Autoconvocados esperaban un buen puñado de gente a las puertas de Avenida de Mayo 575, pero apareció una multitud que cortó la avenida. Eran rockers indignados por la persecuta, pero también trabajadores del amplio arco que depende de la música en vivo y personas que nada tienen que ver con la producción pero gustan de conservar su derecho a ir a un local a ver espectáculos musicales. Músicos tan diversos como Leopoldo Federico, Teresa Parodi, Liliana Herrero, Raúl Carnota, Lidia Borda, Alfredo Piro, Cristian Aldana, Diego Frenkel, Liliana Vitale, Marcelo Moguilevsky, Tukuta Gordillo, Mariano Otero y Lisandro Aristimuño hacían uso del micrófono que se acercara para dejar claro que quien atenta contra el semillero de la música (de cualquier estilo y raíz) atenta contra la cultura en general. Nunca los cánticos de una manifestación sonaron tan afinados. Pero lo más destacable del No al silencio. Sí a la música en vivo es haber puesto a la luz un inédito estado de movilización entre los artistas, que reciben el apoyo de la Camuvi (Cámara Argentina de Espacios con Música en Vivo), la Unión de Músicos Independientes, el Sindicato de Músicos, la Asociación de Intérpretes, representantes de centros culturales: cada cual tiene sus prioridades, pero ante todo los une el espanto, la convicción de que limitarse a cuidar la quintita propia es la peor estrategia frente al estado de las cosas en la ciudad PRO.
Históricamente, a los músicos más jóvenes les cuesta encarar acciones colectivas. En esto no hay crítica: bastante deben lidiar con sus propias cuitas, las dificultades para ensayar, grabar, conseguir algo de difusión, salir a tocar, como para además invertir aún más tiempo y energía en las complejidades de organizar una acción que coordine a cientos de otras voluntades. Es conocido el chiste de que El arte de combinar los sonidos es también El arte de combinar los horarios, ni hablar del arte de combinar las protestas. Pero los cambios de los últimos años han ido arrinconando al músico. Cuando había encontrado en la labor en vivo la solución a esa imposibilidad de hacer buen dinero por medio de las grabaciones, Cromañón significó un golpe de nocaut. Lo sucedido en Beara vino a cortar de raíz lo poco que estaba funcionando, eliminando “permisos especiales” (¿La música necesita un “permiso especial”? Los cinco prostíbulos que figuraban en el sitio “Salí Seguro” tenían “permiso especial”?), convirtiendo nuevamente a la música en vivo en un paria peligroso. Frente a una situación terminal, frente a un panorama de “quédense todos en casa, salvo para grandes festivales e iniciativas oficiales” queda claro que la única solución es salir a la calle y exigir cambios.
(“Los médicos, los maestros, se ven las caras todos los días en el hospital o la escuela, discuten permanentemente sus problemas y cómo resolverlos en conjunto”, le dijo hace poco Andrés Ciro a este cronista. “Los músicos nos cruzamos en los festivales cada tanto, no tenemos esa oportunidad de juntarnos todo el tiempo y coordinar acciones. Por eso a veces parece que fuéramos individualistas, que cada uno se dedicara a cuidar lo suyo y nada más”.)
La primera reacción del Gobierno de la Ciudad fue aprovecharse de esas presunciones de desmovilización e individualismo: aunque hace un año y medio que la Ley 3022, sancionada en la Legislatura incluso con votos del PRO, duerme un sueño injusto y sigue sin reglamentar, en la primera manifestación bajó a parlamentar un funcionario-cuatro de copas con las promesas de rigor. Los representantes de los Músicos Autoconvocados no compraron, y exigieron una reunión con Hernán Lombardi. El ministro de Cultura los recibió el jueves 30, con la promesa de “poner en marcha la ley”. Otra vez, los interlocutores de la protesta dijeron no conformarse con palabras: Lombardi debió escribir a mano y firmar una nota en la que se compromete a realizarlo en el término de un mes, y tener reuniones semanales con los autoconvocados. No es lo que se dice un documento de enorme poderío legal, pero al menos es símbolo de que esta vez no alcanza con decirles a esos molestos que no se preocupen, que todo se va a arreglar, mientras se prepara la kilométrica alfombra bajo la cual el macrismo intenta esconder toneladas de basura.
Los músicos se hartaron del guitarreo y salieron a cantar algo que no es serenata. El patético resultado del micropogo en River, cuando doscientos jóvenes empezaron a saltar al grito de “Macri, basura, vos sos la dictadura”, debería servir como indicador de algo, aun para un gobierno que acostumbra echarle la culpa de todo al matrimonio Kirchner o a la infiltración chavista.
El martes por la noche, Cristian Ritondo, presidente del bloque PRO en la Legislatura porteña, twitteó el siguiente mensaje: “Si es necesario modificar la ley de seguridad interior, hagámoslo para que se permita utilizar elementos de la FF.AA. en el combate del delito”.
Pasan las generaciones. La fumigación es eterna.
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