Torturas a preso en Mendoza.
¿Qué fue lo que hizo para que lo torturaran así?
“Tenía muy buen comportamiento –explicó Sánchez–, pero un día que lo visitó su madre se olvidó los lentes. El guardia los pisó y los rompió, y él muy molesto reaccionó.” A William Sánchez lo molieron a palos. Las imágenes del video confirman la brutalidad y perversión, siempre tan difícil de aceptar si se presenta sólo en palabras. Pero a esa altura, en junio de 2010, esas imágenes estaban guardadas en el celular de su dueño. Los golpes dejan marcas y terror, y para que desaparezcan unas y se pueda habituar al otro: a William lo encerraron quince días en un buzón de castigo. Como en las cárceles nada es porque sí y tiene su explicación, la estancia en el buzón fue pasada con un parte de mala conducta que la justificara."
Otra víctima de la ley de estupefacientes
Por Horacio Cecchi
Además de que su imagen dio la vuelta al mundo mientras un grupo de penitenciarios lo torturaba contra una pared, de rodillas, esposado y de espaldas, William Vargas González se transformó en una fotografía de los resultados de la guerra santa contra la droga, perejiles y consumidores. Detenido y acusado por tenencia y comercialización de drogas, que jamás le pudieron probar, pero con pesadas condenas a futuro como si se tratara de un narcotraficante, llegó al juicio abreviado donde logró demostrar que los siete plantines de marihuana que le encontraron no estaban destinados a la venta. Inocente para la Corte Suprema pero culpable para la ley, fue condenado a tres años no por fumar ni por vender ni regalar marihuana, sino sólo por tenerla. La llaman tenencia simple, pero es la más complicada. Como morocho pobre, William conoció la tortura en su resocialización carcelaria, luego de ser condenado por tenencia para nada.
En septiembre de 2009, William Vargas González, habitante de la zona rural de Maipú, Mendoza, fue detenido bajo la pesada acusación fiscal federal de tenencia de estupefacientes con fines de comercialización. En su futuro más cercano y oscuro pintaban como mínimo cuatro años con un horizonte que superaba los diez. “Lo venían siguiendo, le habían puesto escuchas telefónicas, lo vigilaban”, describió su abogado Raúl Sánchez a este diario. ¿Por qué lo vigilaban? Algún vecino habrá visto más de una planta de marihuana. Efectivamente, cuando allanaron su casa le encontraron siete plantines y unos 50 gramos de picadura de marihuana. De un fugaz análisis lo imputaron de tenencia para la comercialización, la parte más dura de la Ley 23.737, con condenas de hasta quince años. No es excarcelable.
Quedó detenido en la moderna unidad de la calle San Felipe, construida a espaldas de la tenebrosa cárcel de Boulogne durante el período de vigilia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. En septiembre de 2010, antes de llegar a juicio, y como llevaba un año preso, logró acceder al juicio abreviado, ese curioso sistema que –por desidia judicial o falta de fondos del Ejecutivo– lleva al inocente a aceptar el mal menor, confesarse culpable y recibir una condena más suave que pelear por su inocencia en un juicio tres o cuatro años más tarde.
William llevó pruebas de su inocencia, la fiscalía no pudo probar que comercializaba y se negoció el resultado. ¿Cuál? ¿La absolución por inocente? Jamás. La fiscalía tenía una prueba de nada, irrefutable: los plantines de marihuana, que no ocupaban tres hectáreas, sino un angulito de tierra, y que tampoco habían sido secados, picados, desmenuzados y encendidos para fumar. Pero allí estaban, irrefutables y reconocidos por el transgresor. Tres años parecía el resultado de una buena negociación.
“Es la parte más absurda de la ley, porque se castiga la tenencia simple –sostienen los expertos que siguen la lectura de la Corte Suprema al aplicar una mirada sanitarista y despenalizadora sobre consumidores y perejiles–. Si la usara para consumo sería atenuante, y si la comercializara, sería agravante. Si sólo la tiene es tenencia simple.” En los tratados del derecho más moderno, una figura que tiende a ser desterrada, porque castiga la peligrosidad, que es hipotética y moral.
Condenado a tres años y con un año cumplido en prisión, el abogado Raúl Sánchez pidió para su defendido la excarcelación. “Con penas menores a tres años, la condicional corresponde a los 8 meses de detenido, si tiene un buen informe de conducta de parte de los penitenciarios.” Fue lo que le faltó a William. Es decir, lo tuvo, pero se le cayó. “Tenía muy buen comportamiento –explicó Sánchez–, pero un día que lo visitó su madre se olvidó los lentes. El guardia los pisó y los rompió, y él muy molesto reaccionó.” A William Sánchez lo molieron a palos. Las imágenes del video confirman la brutalidad y perversión, siempre tan difícil de aceptar si se presenta sólo en palabras. Pero a esa altura, en junio de 2010, esas imágenes estaban guardadas en el celular de su dueño. Los golpes dejan marcas y terror, y para que desaparezcan unas y se pueda habituar al otro: a William lo encerraron quince días en un buzón de castigo. Como en las cárceles nada es porque sí y tiene su explicación, la estancia en el buzón fue pasada con un parte de mala conducta que la justificara.
“El sistema carcelario de calificación es de lo peor –explicó Sánchez–. Se puede tener conducta muy buena o excelente, pero si hay una sanción se pasa de golpe a pésima. Para volver a buena, que es la que se exige para una condicional, debe subir tres escalones, de pésima a mala, a regular y a buena. Cada escalón dura tres meses.” Los jueces rechazaron el pedido del abogado y William siguió preso por el delito de tener para nada. Sus torturadores no tenían demasiado que temer. Un celular jamás había caído en manos de abogados como prueba de la resocialización carcelaria.
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