Radiohead - Lotus Flower
Fuente Página 12.
Por Eduardo Fabregat
Fue una de esas noticias que rebosan de significados: después de varios meses luchando con las cifras, el conglomerado financiero Terra Firma debió ceder el control del sello EMI a su principal acreedor, el Citigroup. Con ello limpió algo las alicaídas finanzas de la discográfica, que aun así sigue acosada por deudas y rojos varios, y la sospecha de que cuando TF compró el sello hubo algunos numeritos inflados. La compañía que supo tener bajo un mismo techo a The Beatles, The Rolling Stones, Queen, en manos de un banco: sin dudas, el siglo XXI trajo movimientos sísmicos a la industria musical, y algunos no dejaron un paisaje agradable. Poco después de esa noticia, Warner Music anunció pérdidas del 18 por ciento en el último trimestre de 2010, aunque manifestó su confianza en que una vez que convenza al 43 por ciento de sus artistas que aún no firmaron para la comercialización digital de sus obras las cosas comenzarán a encarrilarse. Hace un par de semanas, la International Federation of Phonographic Industry dio a conocer el Digital Music Report 2011. Aunque el informe reconoce un volumen de negocios de 4600 millones de dólares en la comercialización digital de la música, el reporte abunda en cifras de pérdidas escandalosas, caída de puestos de trabajo y de inversión en nuevos artistas. Para la federación de compañías discográficas, ese panorama tiene un único responsable: la piratería. Allí es donde los ejecutivos demuestran una estrechez de miras similar a la que llevó a los grandes sellos a algunas de sus crisis. No caben dudas de que la piratería significa una sangría y un lucro cesante de proporciones para la producción musical, pero el pecado del informe de IFPI es ni siquiera considerar datos como la crisis financiera internacional o la descontrolada alza de precios de ciertos productos; aunque se señala la buena salud de un mercado de comercialización digital que creció enormemente en los últimos años, nunca se termina de poner blanco sobre negro que al CD puede estar languideciendo, pero la variedad de soportes que reconoce la música digital hoy garantiza una múltiple entrada de dinero por otras vías.
Cierto, sin la piratería el negocio tendría un viento de popa aún más enérgico. Pero centrar la discusión exclusivamente en ese monstruo grande que pisa fuerte es un buen recurso para no discutir otras cosas. En algún caso, porque no procede: la visión que impera en esos informes es que los discos debut venden poco porque los usuarios se los bajan de manera ilegal. Es comprensible. Pero quienes observan la música con otras ópticas no pueden dejar de preguntarse si no será que esas propuestas nuevas son artísticamente endebles, y la gente no las compra porque no le gustan. El ejecutivo generalmente ve cifras, no cuestiones artísticas: si su compañía invierte equis en tal artista, es justo y necesario que el artista recaude equis equis, si no el negocio se va al tacho. No quiere revolucionarios musicales, quiere empleados rendidores.
Lo otro que nunca se discute, claro, es el rol de ese artista, o más bien lo que le toca. Una de las causas de la crisis de EMI es que Paul McCartney, Mick Jagger y la dupla Brian May/Roger Taylor se hartaron de hablar con burócratas regidos por el numerito, y se fueron con catálogo y todo a Universal. El material de The Beatles tardó tanto en desembarcar en iTunes porque McCartney, Ringo Starr y las viudas de Lennon y Harrison decidieron por una vez exigirles a las compañías un beneficio mayor. Algo similar sucedió con Pink Floyd: la banda llevó a juicio a EMI alegando que su obra en Internet debía ser preservada y no venderse fragmentada en canciones, pero lo primero que hizo una vez ganado el juicio fue... vender las canciones, con un beneficio sensiblemente mayor obtenido directamente de Apple. He ahí la discusión que la industria se resiste a dar, aquella que le conviene ocultar detrás de la guerra contra la piratería. Esa guerra es justa y necesaria, pero también lo es la que los músicos deben entablar para ganar un dinero más justo por sus creaciones. Los “contratos 360”, que integran grabaciones, shows y merchandising, abrieron una ventana interesante.
Hace algunos años, el productor Steve Albini realizó un legendario informe en el que concluía que en la industria musical se llevaba más dinero el abogado que el guitarrista. Las cosas no han cambiado demasiado.
Según la revista Prensario, en la Argentina durante 2010 se vendieron once millones de unidades, la misma cifra que en 2009. La comercialización digital creció un 80 por ciento, y uno de los grandes interrogantes sobre el futuro no es tanto si se seguirá vendiendo música, sino cuál será la orientación del Musimundo ahora manejado por Megatone.
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El estado de las cosas, las dificultades con las que los músicos chocan a la hora de pelear su propia batalla, ha llevado a proyectos e intentos que establecen nuevas reglas de juego. Otra de las grandes bajas de EMI fue uno de sus grupos más vendedores en los ’90, pero en realidad más de un ejecutivo respiró con alivio. Es que, de Kid A para acá, marketear esa propuesta artísticamente retorcida en que se convirtió Radiohead fue una pesadilla. Por ello, el sello respondió a la partida del grupo con un Best of no autorizado, y a cantarle a Gardel. El quinteto de Oxford ensayó entonces una apuesta revolucionaria, la de ofrecer In rainbows “a la gorra”. Y la banda sumó un nuevo capítulo esta semana, con el lanzamiento de The King of Limbs: otro hecho que viene a desarticular la lógica del negocio.
Desde hace un par de meses, Thom Yorke y sus muchachos venían despistando a sus seguidores, pero también a la patria pirata: en sus declaraciones señalaron que su disco nuevo disco no estaba listo, que habían descartado el material, que estaban lejos de concretarlo. De pronto, el lunes anunciaron que el sábado ofrecerían el download de su nuevo disco. Y el viernes lo pusieron online, a un precio muy inferior al que le hubiera puesto EMI. No hubo filtraciones previas, no hubo un gasto sideral en promociones y pagos a publicistas y expertos de marketing. Y aun así, el viernes el planeta musical no hablaba de otra cosa que de Radiohead. Seguro, a media mañana ya circulaban copias piratas, pero en marzo y mayo habrá versiones físicas con un arte especialmente creado para quienes conservan el amor a la música envasada en un objeto artísticamente valioso.
En la operación de Radiohead, en la repentización de anunciar y lanzar y convertir en un éxito un disco en sólo cinco días, hay una libertad tan enorme que supera todo el otro debate, el que llega después, el que tiene que ver con esas ocho canciones, si son demasiado tristes, si están bien o mal. Habrá quien le guste más y quien le guste menos, pero difícilmente surja la sensación de estafa que flota sobre muchos sectores de la batea oficial. En la música de Radiohead hay tanta personalidad como en el modo en que han elegido desarrollar su carrera, sin pedir permiso a nadie y sin extenderle cheques a gente que no tiene la más puta idea de música.
Habrá quien prefiera reírse del feo video de Lotus Flower, o jugar al cínico superado tachando a las canciones del nuevo disco de alimento para depresivos. Ni siquiera eso podrá esconder el valor de un grupo que tomó las riendas de su destino, y ya no baila al ritmo de un gordo tramposo detrás del escritorio.
Eduardo Fabregat
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