Si quieren descargar el primer nro. de la Revista Orsai.
Los cuadernos secretos de Horacio Altuna
De la segunda parte del nro. 1 de la revista Orsai.
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Visité a Horacio Altuna en su casa de Sitges, cuando esta
edición de Orsai estaba casi definida. No tenía pensado invitarlo
al número uno, sino pedirle consejo sobre ilustradores
y, con suerte, seducirlo para que quisiera colaborar con sus
dibujos en el número dos. Fui con miedo, porque Horacio es (además
de talentoso) muy exclusivo, no dibuja en cualquier lado.
Pero entonces ocurrió algo que no estaba en mis planes.
Horacio sabía un poco sobre la revista, y estaba muy interesado
en el sistema de distribución y venta. Me contó sus desavenencias
con la industria editorial: contratos esclavos, porcentajes
ridículos, escandalosas mentiras a la hora de explicar número de
ventas. Es decir: lo mismo que nos pasa a todos los que alguna
vez publicamos, pero multiplicado por mil (porque Altuna es best
seller, siempre). “Todas las editoriales te mienten”, me dijo, “las
más honestas te roban el veinte por ciento, y de ahí para arriba”.
Me contó anécdotas muy desagradables de la industria, y me
explicó diferentes técnicas de fraude que utiliza Francia, España,
Estados Unidos, Latinoamérica. “No hay manera de controlarlo”,
me dijo.
Le dije que sí había maneras. Por lo menos ahora las hay. Le expliqué
que un autor no solo merece ganar más del nueve o del
diez por ciento que ofrecen las editoriales, sino que hoy es posible.
La intermediación es un
recurso del siglo veinte que
sirve para defenderte del
fraude. Un representante, por
ejemplo, se lleva el quince por
ciento. ¿Por qué? Para defenderte
de las editoriales. Pero entonces los representantes necesitan
que las editoriales sean deshonestas, para que su trabajo
resulte necesario.
Conversamos mucho. Almorzamos, hicimos sobremesa. Sobre
los postres, Horacio se hartó del siglo veinte. Renunció de palabra
a todas sus editoriales en el mundo y decidió publicar su obra futura
con la Editorial Orsai. Y también su obra completa, tan pronto
caduquen los contratos previos con sus editoriales anteriores.
Esta página de introducción, entonces, cuenta más que una
charla con Horacio Altuna: inaugura también la Editorial Orsai, que
publicará únicamente a personas que admiremos mucho el Chiri y
yo, y que le dará al autor el cincuenta por ciento neto de las ganancias
de su obra, sin cesión de derechos ni exclusividades.
Firmamos un contrato muy divertido con Horacio cuando esta revista
ya estaba en imprenta. Publicaremos un primer volumen de
su Erótica entre marzo y abril de 2011. Las páginas que siguen
son una muestra del primer libro autoeditado de Altuna, un hombre
que se hartó del siglo veinte y ahora empieza a jugar con
nosotros. En Orsai.
"—Es un sueño muy grande que se venga a Orsai, boludo
—me dice el Jorge, emocionado como un bebé—.
Además, que Altuna se pase a la autoedición es una
hermosa patada en los huevos para las editoriales.
¿Cómo van a explicar, los intermediarios, que el porcentaje
para el autor sigue siendo del diez por ciento,
si en realidad se puede ofrecer el cincuenta?
—Este es un mensaje —digo, con voz de locutor—...
para Editorial Sudamericana.
El Jorge se ríe:
—¿Te acordás cuando hicimos la presentación del
libro España decí alpiste, en Buenos Aires, que llevamos
a un pianista para que Laura Canoura cantara?
—me dice; yo asiento— Bueno, el pianista vino de
Uruguay, cobró doscientos dólares. Sudamericana
me dijo que le pagara yo, que después me devolvían
la guita.
—¿No pagaron nunca?
—Nunca. La presentación de ese libro la pagó el
autor, el Jorgito.
—Qué gente hermosa.
—Ni siquiera llevaron suficientes libros al teatro, para
vender —dice el Jorge—. La gente quería comprar libros,
¡libros editados por ellos!, y no había libros.
—¿Y te acordás lo que me contaste que pasó la semana
siguiente, en El Ateneo? —le pregunto, para
que lo cuente, a ver si se anima."
Del segundo bloque del nro. 1 de la revista Orsai.
La figura del intermediario existe en el mundo desde que se acabó la inocencia.
Desde que perdimos la fe en los demás. Primer intermediario: el banco.
En los tiempos del Renacimiento la gente pudiente ya no podía transportar
dinero porque había ladrones hambrientos en los caminos, entonces los ricos que
debían viajar se contactaban con un integrante de la familia Medici, que recibía el
dinero en Ginebra, por ejemplo, y otro integrante de la misma familia se lo devolvía
en Florencia, quedándose con un poquito. El intermediario nace y florece cuando
nace y florece el ladrón. Y el intermediario sospecha, muy pronto, que necesita al
ladrón para que su negocio prospere. Y más pronto todavía saca cuentas y descubre,
el intermediario, que lo más conveniente es ser el ladrón.
Bancos, agencias de viajes, notarios, abogados, compañías telefónicas, gestores,
editores, vendedores de alarmas contra robo, guardias de migraciones. Están
porque el mundo es feo. Están porque te convencen de que nadie más que ellos
te pueden salvar de la maldad del resto.
Cuando hablábamos con Altuna salió este tema. ¿Cuál es el sentido, si no, de los
representantes literarios? ¿De
qué me defiende mi representante?
De las editoriales, se supone.
De sus matufias, de sus
mentiras, del robo constante, de
decir que venden tres cuando vendieron siete. Pero entonces, pienso después, el
representante necesita que esas editoriales sean así, para subsistir.
En 2006 escribí un cuento al que llamé “El Intermediario”. Fue una metáfora de la
sensación de pactar por cansancio. De pactar dormido. Yo sabía que la industria
me robaba, ¿quién que escribe no lo sabe? Y sabía también que era hora de contratar
a un representante para que ese robo resultase menor, o al menos fuera
menos vergonzoso.
De hecho, varios representantes me llamaban por teléfono para que engrosara
sus filas. Cada uno me ofrecía diferentes ventajas, y en todos notaba el discurso
del que te vende una alarma contra robos.
Nunca se te va de la cabeza esa sensación de desagrado, de mundo al revés.
¿No sería más fácil si el autor se comunicara con el lector, con simpleza, en lugar
de todos estos túneles de mierda, con peajes sucios, en donde cada quién desconfía
del resto?
En el siglo pasado resultaba imposible que el autor se comunicara con el lector.
Pero ya no. ¡Qué gran noticia: ya no! En esta página le escribo a lectores que
compraron una revista sin nadie en el medio, y ellos me leen con la misma sensación
(eso quiero creer). Estoy escribiendo desnudo, sin representantes ni editores
ni distribuidores, estoy escribiendo sin pájaro en mano ni quince por ciento volando.
Aquello no era posible ayer. Necesitábamos mercachifles con corbata y
sonrisas de muchos dientes.
El cuento aquel que escribí en 2006, como metáfora de inocencia, habla también
de una crisis de fe. Con Chiri recuperamos la fe haciendo esta revista. La fe en
nosotros como adolescentes a destiempo, pero también la fe en comunicar lo
que queremos para el pedacito de mundo que nos toca. Y quisimos que la primera
portada de Orsai tuviese el cuerpo y la cara de un intermediario mirándonos
de frente.
El mismo que hace unos años tocó el timbre de la puerta de mi casa, mientras
con Cristina dormíamos, y me invitó a pactar.
Del Tercer bloque de la Revista Orsai Nro. 1.
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