Fuente Revista FuturosPresentamos el revelador artículo de Fernando Funes Monzote por la enorme importancia que tiene el tema en sí, pero además por sus implicancias que trascienden la situación de la isla. Por esta nota nos enteramos que al menos una problemática con los alimentos transgénicos es muy parecida en Cuba y en países “capitalistas”, como Argentina o EE.UU.
Lo cual no es de extrañar porque lo que tenemos en común es muchísimo más que lo que pueda ocasionalmente separar un país de otro, una sociedad de otra: la problemática del desarrollo tecnocientífico es la misma. Las modalidades, en cambio, en que se expresa la cuestión sí difieren.
La nota de Funes Monzote reclama permanentemente la ruptura del secreto sobre la aprobación de plantas transgénicas, de su trámite que ha estado fuera del alcance de los sectores eventualmente interesados, de la sociedad en suma.
En los países capitalistas, como bien analizara Herbert Marcuse hace ya décadas, la problemática es otra: no hay secreto sobre el tema. El tema no importa. Los alimentos transgénicos se aprueban en los circuitos “debidos” y a otra cosa.
Sobreviene el pataleo de algunas redes o voces refractarias, pero tales reparos son ahogados en la práctica arrolladora de la novedad tecnológica debidamente fogoneada por los medios de incomunicación de masas. En el caso de la soja, por ejemplo, en Argentina, será con ampliación de escala de producción, externalización de costos (es decir, dejando un tendal cotidiano de contaminación que constituirá alergias, enfermedades respiratorias, cutáneas y cáncer para “el pobrerío”), enorme ensanche de la producción (que aunque rinda menos por ha. va a rendir mucho más en dinero a cada titular en medio de una fuerte contrarreforma agraria que expulsará mano de obra rural hacia los rancheríos suburbanos).
Es cierto que por las dimensiones mismas de los terrenos de cultivo cubanos, incomparablemente más acotados que los del extendido territorio argentino, la escala en Cuba siempre va a ser muchísimo menor que en Argentina. Y por lo tanto, el rendimiento de los monocultivos agrarios en Cuba no va a alcanzar jamás la rentabilidad de que gozan los sojeros argentinos dedicados a explotar superficies de 10 000 ha o 100 000 ha. (en Cuba la “gran producción” se estima en 200 ha).Otra diferencia importante se da en la secuencia que ha llevado a cada país a la implantación de transgénicos.
Cuba resolvió a mediados de los ’90 la enorme crisis del llamado “período especial” aprendiendo a comer de huertas y granjas locales, hechas a pulmón por la población que enfrentaba el hambre, tras la pérdida del apoyo soviético.
Para algunos técnicos científicos y modernos, aquel paso hacia la agroecología, una agricultura sin agrotóxicos y la consiguiente cría de animales de granja sin agregados químicos, fue un bien de emergencia, un bien que se recibe de mala gana, porque sobreviene “apenas” para salir de un mal paso; una suerte de “mal necesario” valga la perversión semántica. Y así, desde hace unos años, sobrepasada la penuria de ese período, han surgido quienes quieren progresar, entrar en la vanguardia tecnológica, incorporando alimentos transgénicos a la dieta cubana. Y así se aprobaron, entre gallos y medianoches, mejor dicho entre burócratas y cientificistas. En Cuba hoy se cultiva maìz transgénico (una variedad por ahora).
No se trata de un paso sin precedentes. Hace ya muchos años, a fines del s. XX, el gobierno cubano, es decir Fidel Castro, había encarado un contacto técnico con Monsanto: el interés en el “desarrollo tecnológico de punta” estaba.
Pero se ha desencadenado una polémica alrededor de la implantación del maíz transgénico en Cuba porque han surgido técnicos y agrónomos que no ven con buenos ojos ese desarrollo y el consiguiente desfibramiento de todo el desarrollo agroecológico de la isla.
Es decir, que Cuba por necesidad incursionó en una senda sana. Que países en abundancia, como Argentina, nunca hemos tenido. Salvo los senderitos angostos de los esforzados quinteros y agricultores orgánicos que atienden a las minorías de población que procuran comer sin veneno (en Argentina existe además un sector de agricultores orgánicos capitalistas, monocultores, que atienden necesidades de mercado exterior, sobre todo europeo).
Valga recordar que, mientras Cuba ante la penuria encaró la producciòn de alimentos sanos, Haití, una sociedad que, racismo mediante, ha sido totalmente avasallada por el imperialismo, encaró la cuestión alimentaria exactamente al revés. Una población que espontáneamente consumía arroz de cosechas propias del país y que solía tener cerdos familiares, con lo cual la población sin recursos al menos tenía de qué alimentarse, fue sometida a dos despojos: primero EE.UU. invadió la isla, con acuerdo del virrey, con arroz tan barato (subsidiado por su gobierno) que abatió toda producción local desplazada con semejante competencia, y luego bajo pretextos sanitarios se requisaron todos los chanchos de la isla y se obligó a la gente a comprar en el mercado lo que antes tenía (fuera del mercado). Como los haitianos no tienen precisamente los enormes recursos de que disponen holandeses, suecos o japoneses, esta modernización capitalista se tradujo sencillamente en hambre. Pero extensa: hambruna.
El estado público de la polémica en Cuba ha sorprendido a algunos jerarcas de los sectores oficiales cubanos, como el Consejo Científico de la Universidad de La Habana, que sin embargo, mostrando amplitud intelectual la ha dado por bienvenida. Otro dato más que muestra cierta salud social y originalidad en el decurso cubano respecto de sus precedentes institucionales (como el soviético, absolutamente impedido de alcanzar tal flexibilidad).
El tema de fondo –y común a socialistas y capitalistas– que señalamos inicialmente es el del carácter del desarrollo tecnocientífico. Si es objetivo, si es necesario, si es neutro. Si podemos usar los mismos utilajes, de modo tal que si los usa el capitalismo son malos, pero si los usa el socialismo son buenos. O si por el contrario, la configuración tecnocientìfica está más o menos íntimamente ligada con la sociedad en que se constituye y vinculada con la estructura de poder que en ella está establecida.
En el primer caso, se trata siempre y solamente de “expropiar a los expropiadores”. Sencillo y directo. Confiscamos Monsanto y ponemos toda su batería de venenos, agrotóxicos, agentes Naranja al servicio del pueblo… ¿o tal vez se trata de avances tecnocientíficos que fueron hechos al servicio no precisamente del pueblo ni de la población ni de la humanidad ni de la naturaleza, sino de una minoría privilegiada y racista y por lo tanto no hay forma de que venga bien emplear ese mismo instrumental a nuestro servicio? Porque no nos va a servir, sino a dañar…
Los desarrollos de la agricultura industrial último modelo reclama, necesita grandes monocultivos. Decenas de miles de hectáreas con un mismo producto. Rociados de biocidas para evitar la presencia de una plaga que instalándose en un monocultivo lo podría arrasar. El latifundio actual, agroindustrial, provisto de maquinaria de una escala tal que no necesita casi mano de obra, tiene un cierto parecido, de todos modos, con los latifundios del tiempo esclavista, donde el propietario y sus guardias “promovían” el trabajo esclavo.
Rechazamos el latifundio primitivo. Ningún socialista, ningún izquierdista lo acepta. ¿Acaso tendremos que aceptar el latifundio moderno porque es nuevo, o porque tiene máquinas de última generación?
¿No será el latifundio una forma de control y poder de pocos hombres con muchos privilegios sobre muchos hombres despojados, y esto con cierta prescindencia histórica si se trata de un latifundio del imperio romano o del american empire?
¿La ciencia tiene acaso una senda única, de una sola mano? ¿Algo inevitable, fatal? ¿Y que por lo tanto siempre hay que aceptar?
¿No será más sensato entender que ni lo viejo garantiza ser malo o caduco ni lo nuevo ser garantía de mejor o excelencia (y, por supuesto, que tampoco lo opuesto garantiza nada)?
Si arriesgamos a separar lo cronológico de lo axiológico, y por lo tanto entendemos que puede haber técnicas o relaciones viejas, antiguas, buenas (y otras malas o muy males) y entre las técnicas y las relaciones nuevas, igualmente puede haber algunas buenas, excelentes, superadoras y otras no, entonces la decisión deja de ser un positivismo seguro y pasa a ser una evaluación política y falible en cada caso.
Tal vez más incómoda, o insegura, o desgastante. Pero más sabia.
Dejamos al lector con la nota que quisimos anunciar.
Transgénicos en Cuba, necesidad urgente de una moratoria
El problema
La introducción de transgénicos en Cuba es un asunto más relevante de lo que algunos podrían pensar. Las consecuencias ecológicas, económicas, sociales y políticas de esta decisión no deberían subestimarse. A pesar de las advertencias y reclamos de un creciente número de personas preocupadas, el programa original no se ha detenido. En estos momentos resulta imprescindible y urgente una moratoria que permita reflexionar –a todas las instancias– sobre los riesgos probados y probables a que nos exponemos.
La carencia de información y transparencia sobre el tema preocupa a quienes hemos expresado reiteradamente la necesidad de un debate abierto y participativo sobre una cuestión tan relevante. La manera excluyente en que se han tomado decisiones al respecto, puede estar hipotecando el futuro de la nación en nombre de la urgencia y “necesidad” de alternativas para resolver el problema alimentario y sustituir importaciones. Los defensores de la tecnología subestiman, ignoran o acusan de anticientíficos a aquellos que nos oponemos o simplemente a quienes dudan de la pertinencia de haber introducido el maíz transgénico FR-Bt1 en el país. Las decisiones de escalado quedan en manos de personas que poco o nada conocen del origen y riesgos de esta tecnología, pues no se han presentado datos con rigor científico sobre sus supuestas ventajas.
Vale repetir que el problema de la alimentación en Cuba no tiene que ver con la falta de tecnologías. La ciencia cubana cuenta desde hace mucho con soluciones efectivas y apropiadas para nuestras condiciones desde el punto de vista ecológico y socioeconómico. Se ha demostrado que un modelo agroecológico, de bajo impacto ambiental, alta diversidad genética, tecnológica y sociocultural; desarrollado a pequeña y mediana escala, tiene el potencial de alimentar a la población cubana. El problema es que no se han invertido suficientes recursos en este modelo que algunos decisores y encumbrados científicos han considerado como un paliativo y no como una estrategia de futuro. Hay mucho que hacer en términos organizativos, tecnológicos, sociales y ecológicos para producir más alimentos antes que optar por una tecnología tan riesgosa como la transgénesis.
¿Qué hacer?, es la pregunta. No hacer nada y dejar que se derrumbe por sí sola como otras tecnologías similares, es la recomendación de algunos que optan por no presentar posiciones divergentes sino conciliadoras. En el pasado se han derrochado cuantiosos recursos a causa del silencio y la complacencia, por el aquello de que “siempre hay una buena oportunidad de quedarse callado”. Mucha de la ciencia “objetiva” que se genera no tiene vínculo alguno con la sociedad y, por ende, atenta contra esta. Por eso hoy los gobernantes y los políticos tienen mucha más responsabilidad que antes. Las consecuencias de una equivocación serán mucho más dramáticas e incontrolables. El riesgo solo puede minimizarse o asumirse con información, participación y precaución. En el caso que nos ocupa, ninguno de estos tres elementos está siendo considerado.
¿Quién es el enemigo?
Un funcionario recientemente afirmó que el libro Transgénicos ¿qué se gana? ¿qué se pierde? Textos para un debate en Cuba “le hace el juego al enemigo”. Aseveración tan paradójica como retadora. Pero, ¿quién es “el enemigo”? ¿Aquellos que se frotan las manos con la introducción de transgénicos en Cuba o quienes tienen una posición anti-transgénicos? ¿Por qué habría que aceptar complacientemente la idea de que existe un transgénico “socialista”? ¿Por razones ideológicas o por razones científicamente fundadas? ¿De qué ideología y de qué ciencia estaríamos hablando? Aquí hay que tomarse un momento y reflexionar sobre la conexión tecnología-ideología en la génesis de los modelos agrícolas y aplicación.
Creo firmemente que no se trata de buscar al “enemigo”, que como ya se ha afirmado puede estar en la misma actitud de algunos que se autoproclaman revolucionarios. Sobre la conexión tecnología-ideología es prudente recalcar una cita que la estudiante quebequense de estudios ambientales Mélanie Bélanger, citó de Levins (2005) 1 en su artículo “Respuesta al Dr. Carlos G. Borroto. De los "transgenéticos" socialistas milagrosos” publicado en este sitio Rebelión el 28 de mayo de 2010:
«(...) la ciencia evoluciona acorde con las necesidades de la industria y sus filosofías dominantes. Al fin y al cabo, la lucha entre una agricultura altamente tecnológica-química y una agricultura ecológica es también una lucha entre una visión mecanicista/reduccionista y una visión dialéctica de la naturaleza y de la ciencia. Pero, lamentablemente y demasiado a menudo, algunos socialistas caen en un progresismo pasivo que solamente ve un costado de la contradicción, imagina solamente una vía de progreso a lo largo de la cual las cosas son más avanzadas o más atrasadas. Luego imaginan que tecnologías capitalistas pueden ser adoptadas integralmente para fines socialistas. Esta admiración hacia la tecnología burguesa ha sido precisamente uno de los elementos de fracaso de la desastrosa historia de la industria soviética» (Levins, 2005: p.175-176).
Falta de transparencia
Cuba liberó el maíz transgénico FR-Bt1 y este se extiende inconteniblemente. El público que conoce sobre los riesgos e implicaciones de tal decisión está preocupado, alarmado y desconcertado por ver como continúa su expansión. La noticia publicada en el periódico Juventud Rebelde que asegura la existencia de una “estrategia dirigida a sembrar alrededor de 200 caballerías (2684 hectáreas)” de este cultivo en la provincia de Sancti Spíritus, activó nuevamente las alarmas. ¿Cuál será el área total sembrada en el país en el 2010? ¿Por qué no se ha ofrecido esta información? ¿Acaso serán 10 000 o 15 000 hectáreas? Ya se ha hablado de sembrar 40 000 hectáreas de soya con apoyo técnico brasileño y se comenta que este cultivo será “liberado” próximamente.
El maíz transgénico se introdujo con la anuencia de las autoridades competentes designadas por el Estado para tal fin, quienes recibieron documentación que consideraron válida para afirmar, en ese momento, que era posible correr el riesgo para el medioambiente y para la salud humana, pues garantizaba el incremento de la producción de alimentos. Pero… ¿de qué documentos estamos hablando? ¿Dónde están los estudios científicos que avalan la inocuidad ambiental y para la salud humana de este transgénico cubano? ¿Ha tenido usted acceso a esos estudios? ¿Por qué son secretos y clasificados tales documentos? ¿Qué métodos habrán empleado los promotores de la tecnología para convencer a las autoridades del Ministerio de la Agricultura de que el maíz transgénico tiene un rendimiento mayor que otras variedades ya empleadas? ¿Les habrán mostrado algún estudio serio del asunto? El debate carece de estos importantes elementos. Si asumimos que el incremento del rendimiento es el objetivo fundamental de la introducción de esta variedad, que ameritaría todas las inversiones y riesgos por correr, ¿por qué un estudio tan simple como puede ser la comparación entre variedades transgénicas y no transgénicas debería ser secreto?
E n una reunión celebrada el día 16 de julio pasado en la Facultad de Biología de la Universidad de La Habana, se acordó que se formaría una comisión para realizar estudios de inocuidad a cargo de otras instituciones entre las que el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) no estaría incluido. Podría parecer un paso de avance, pero ¿sería este también un reconocimiento de que se procedió a la aprobación de la licencia sin tener suficientes argumentos o que estos estudios no fueron realizados antes? No debe perderse de vista que el problema original tiene vínculo directo con esa institución que fue la que introdujo el transgénico y, por tanto, debe ser la principal responsable de demostrar tal inocuidad a los organismos competentes y a la sociedad.
Es correcto que otras instituciones se enfrasquen en este objetivo complejo y costoso, sin embargo, la ciencia ya ha demostrado suficientemente los riesgos del empleo de transgénicos en la producción de alimentos, lo que no se ha demostrado convincentemente es su inocuidad. El principio de la equivalencia sustancial es erróneo e inaceptable. Mientras tanto, el maíz FR-Bt1 sigue expandiéndose y se prevé la introducción de otros cultivos. Para que sea un proceso transparente y comprometido, lo primero es detener de inmediato su siembra en condiciones comerciales y hacer que regrese a los laboratorios o áreas experimentales controladas.
El maíz de las seis mazorcas
La diseminación acelerada de la variedad transgénica de maíz FR-Bt1 atenta seriamente contra la biodiversidad de las razas criollas. Al reducir la heterogeneidad genética, limita considerablemente la capacidad de adaptación de los sistemas campesinos a las variaciones del clima. Con el empleo masivo de una variedad de maíz transgénico veremos venir años malos y años peores.
El imaginario popular campesino cubano ha llevado la noticia de boca en boca : “este es el maíz de las seis mazorcas”… y la semilla se pasa de mano en mano sin control. Hace pocos días un campesino me aseguró que había sembrado en su finca aquel maíz milagroso que alguien le “consiguió”. Muy pronto pudo comprobar que, al igual que otras variedades que conoce, este también tenía solo dos mazorcas y no rindió más que el criollo que suele sembrar. Lo que él no sabía era lo que no podía ver: este “maíz milagroso” llevaba dentro una información genética que lo hace comportarse de forma diferente. Lo sembró igual que al tradicional, no utilizó herbicidas y no tuvo problemas de plagas, como con la semilla criolla que habitualmente emplea. No conocía de la necesidad de sembrar un refugio , como tampoco tenía idea de lo que es la insectorresistencia . ¿No es que de acuerdo con los reglamentos de seguridad biológica los campos transgénicos deben mantenerse bajo estricto escrutinio, evitando su diseminación descontrolada? En teoría, el Centro de Seguridad Biológica, apoyado en las estaciones provinciales del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA), debe velar por que agricultores que no están dentro del programa empleen estas semillas. Pero, ¿quién lo podría evitar después de destapada la Caja de Pandora? ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Qué nos ha conducido a esta absurda encrucijada? ¿Cómo salir de ella?
La falsa expectativa de lograr mayores rendimientos con el maíz transgénico FR-Bt1 se riega como la pólvora en el campo cubano, y sobre todo porque llega en forma de directiva, cual si fuese la varita mágica que solucionará la escasez de alimentos y que reducirá importaciones. El “paquete” viene acompañado con recursos de los que el maíz tradicional nunca dispuso, siendo un cultivo de rotación muy bien conocido por los agricultores. Aún así, no existe una evidencia creíble de su efectividad.
E l aumento de rendimiento ha sido uno de los caballos de batalla de los promotores de los transgénicos. En los Estados Unidos, el país donde por más tiempo y con mayor área agrícola se ha implementado la siembra de estos cultivos, se realizó un estudio a largo plazo que revela su fracaso en términos de rendimiento. Entonces surge la pregunta evidente: ¿Si no incrementan los rendimientos, por qué se han expandido tanto en todo el mundo? ¿Qué es lo que hace a los transgénicos tan atractivos para los agricultores? El reporte “Failure to yield”, por supuesto, descalificado por Monsanto, disponible en: http://www.ucsusa.org/assets/documents/food_and_agriculture/failure-to-yield.pdf intenta clarificar algunas de las dudas que puedan existir sobre el supuesto incremento de los rendimientos del maíz transgénico.
Atentado contra la agricultura campesina
La introducción al medio natural de organismos transgénicos en Cuba desconoce los llamados de alerta sobre sus implicaciones. El problema no es la manera en que se use la tecnología, sino la tecnología en sí misma por nociva, peligrosa e inútil, un verdadero atentado a la agricultura campesina. Aunque se disfrace de ecológica, al supuestamente emplear Ecomic, Fitomas u otras alternativas orgánicas, la realidad es que la tecnología, desde su propia creación y propósito, se concibió para el uso de herbicidas, terrazas planas y un andamiaje tecnológico que ni está ni estará al alcance de los agricultores pequeños cubanos. Entonces, ¿por qué involucrar a los campesinos en esta aventura? La hipótesis de que los cultivos transgénicos refuerzan la Soberanía Alimentaria es rechazada desde hace mucho por todos los movimientos sociales del mundo.
Transnacionales como Monsanto, Syngenta y otras han relacionado los transgénicos con la agricultura ecológica como una estrategia comercial, pero sin un demostrado sustento científico. El modelo de producción que propone el CIGB para el cultivo de transgénicos es divergente de la agroecología, socava el desarrollo que esta ha tenido durante los últimos 20 años en la Isla y constituye un fuerte revés al movimiento agroecológico cubano. La Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP), coordinadora del Movimiento Agroecológico de Campesino a Campesino debería reflexionar seriamente sobre esto. Así, la alternativa agroecológica se ve amenazada en sus tres pilares básicos: diversificación (genética y tecnológica), descentralización (disminución de la escala y participación) y autosuficiencia alimentaria.
Aún quedan innumerables oportunidades, capital social, reservas productivas, tecnología, tierra, posibilidad de implantar m ecanismos económicos, entre otras alternativas para incrementar la producción de alimentos en Cuba y sustituir importaciones. Se conoce que los bajos rendimientos que hoy se logra en la mayoría de los cultivos y la deprimida producción animal, pueden duplicarse con pequeños ajustes de manejo. Por otra parte, parecen insuficientes, pero no es poco que tengamos 1.5 millones de trabajadores agrícolas. Desde el siglo XV ya una persona podía producir para 10. Lo que realmente necesitamos es invertir recursos financieros para que se pueda hacer agricultura familiar y para que los agricultores tengan condiciones que les permitan trabajar y vivir decorosamente en el campo.
Urgencia de una moratoria
Si es que existen y no fueran secretos, el público cubano debería conocer la metodología y los resultados de los estudios que garantizan la inocuidad del maíz FR-Bt1. Es necesario propiciar el debate en espacios públicos y que el tema no continúe secuestrado a lugares cerrados y auditorios reducidos. En tanto no se realice el debate y se llegue de manera participativa a decisiones democráticas, debe implantarse una moratoria al uso de cultivos transgénicos en Cuba. Es imprescindible aplicar el principio precautorio hasta que queden asuntos clave por discutir, en aras de tomar decisiones más conscientes y responsables. Continuar diseminando transgénicos es una muestra de irresponsabilidad, soberbia e irrespeto a la opinión y a la voluntad de los cubanos de definir su destino. Por eso, antes de renovar las licencias otorgadas para este cultivo, que se vencen este año 2010, se impone una moratoria. Quien tenga la competencia para promover y hacer cumplir esta medida, debería hacerlo.
Fernando R. Funes Monzote *
1 Levins, Richard. 2005. «A Left Critic of Organic Agriculture». New International, no.13: 175-176.
* El autor de este texto es Agroecólog, PhD de la Estación Experimental "Indio Hatuey" de la Universidad de Matanza, Cuba
fuente: www.rebelion.org/noticia.php?id=110983Fuente Revista Futuros