Fuente Almendron.
El juez federal Denny Chin, de Manhattan, rechazó el martes el acuerdo entre Google, que pretende digitalizar todos los libros ya publicados, y un grupo de autores y editores que procesó a la empresa por violaciones al copyright. Esa decisión representa una victoria para el bien público, evitando que una única corporación monopolice el acceso a nuestra herencia cultural común.
Independientemente de eso, no debemos abandonar el sueño de Google de tornar a todos los libros del mundo accesibles para todos. En vez de eso, debemos construir una biblioteca pública digital, ofreciendo copias digitales gratuitas a los lectores. Es verdad que hay muchos problemas - legales, financieros, tecnológicos y políticos - por el camino. Pero todos ellos pueden ser resueltos.
Consideremos los temas legales levantados por el acuerdo rechazado. Iniciado en 2005, el proyecto de Google para la digitalización de los libros permitió que el contenido de miles de títulos fuesen incluído en los resultados de las búsquedas en la red, llevando al Author"s Guild y a la Asociación Americana de Editores a afirmar que los trechos mostrados a los usuarios representaban una violación de los derechos de autor. Google podria haberse defendido, alegando que hacia uso legítimo de las obras, pero la empresa prefirió negociar un acuerdo.
El resultado fue un documento extenso y complicado conocido como Acuerdo Enmendado (Amended Settlement Agreement, en inglés) que simplemente partía la torta. Google venderia el acceso a su banco de datos digitalizado, y las ganancias serian compartidas con los querellantes, que entonces se tornarian sus socios. La empresa se quedaria con 37% del total; los autores cobrarían 63%. Esa solución equivalia a una modificación de las leyes de derecho de autor por medio de un proceso individual, dándole a Google una protección legal que seria negada a sus competidores. Fue ese el principal motivo de la objeción del juez.
En audiencias en el tribunal realizadas en febrero de 2010, varias personas dijeron que Author"s Guild, compuesto por 8 mil miembros, no los representaba y tampoco a los muchos autores que publicaron libros en las últimas décadas. Algunos afirmaron preferir que sus obras fuesen ofrecidas bajo condiciones diferentes; otros querian até que sus libros fuesen ofrecidos gratuitamente. Pero el acuerdo definia los términos para todos los autores, a no ser que ellos notificasen especificamente a Google de su intención de no participar de él.
En otras palabras, el acuerdo no hizo aquello que se espera de los documentos de ese tipo, como corregir una supuesta violación de los derechos de autor o a proporcionar indemnizaciones por los incidentes anteriores; en vez de eso, el acuerdo parecia determinar como seria el futuro de la evolución del mundo digital de los libros.
El juez Chin abordó ese punto al concentrarse en el tema de los libros huérfanos - o sea, los que están protegidos por el derecho de autor cuyos detentores de los derechos no habían sido identificados. El acuerdo confiere a Google el derecho exclusivo de digitalizar y comercializar el acceso a esos libros sin ser blanco de procesos por violaciones de copyright. De acuerdo con el juez, esa provisión conferiria a Google "un monopolio de hecho sobre obras de autoria indeterminada", llevando a graves preocupaciones con la formación de un trust.
Chin invitó a Google y a los querellantes a reescribir otra vez los términos del acuerdo, tal vez alterando los dispositivos de inclusión y exclusión de los participantes. Pero Google puede muy bien recusarse a alterar su estrategia comercial básica. Es por eso que lo que realmente precisamos es una biblioteca pública digital.
Una coalición de fundaciones recaudaria el dinero necesario (las estimativas del costo de la digitalización de una página varian mucho, de US$ 0,10 a US$ 10 o más), y una coalición de bibliotecas de investigación podria ofrecer los libros. La biblioteca digital respetaria los derechos de autor, claro, y probablemente excluiria obras actualmente disponibles en las librerias a no ser que sus autores desearan tornarlas disponibles. Los libros huérfanos serian incluídos, siempre que el Congreso aprobase una ley que los tornasen gratuitos para el uso no comercial en una biblioteca genuinamente pública.
Disminuir la importancia de eso y considerar el episodio como meramente quijotesco equivaldria a ignorar los proyectos digitales que demostraron ser valiosos y prácticos a lo largo de los últimos 20 años. Todas las grandes bibliotecas de investigación ya digitalizaron partes de sus acervos. Iniciativas de larga escala como Knowledge Commons e Internet Archive ya digitalizaron muchos millones de libros por iniciativa proopia.
Algunos países también se muestran determinados a batir a Google en su propio juego al digitalizar todo el contenido de sus bibliotecas nacionales. Francia está gastando 750 millones en la digitalización de sus tesoros culturales; la Biblioteca Nacional de Holanda intenta digitalizar cada libro y periódico publicados en el país desde 1470; Australia, Finlandia y Noruega están dedicándose a esfuerzos semejantes.
Tal vez el mismo Google podría ser reclutado para la causa de la biblioteca pública digital. La empresa ya digitalizó cerca de 15 millones de libros; de esos, 2 millones son de dominio público, pudiendo ser entreguados a la biblioteca como punto de partida de su acervo. La empresa no perderia nada con ese gesto de generosidad. Por medio de la magia tecnológica y de la propia audacia, Google mostró como podemos transformar la riqueza intelectual de nuestras bibliotecas, grandes conjuntos de libros que yacen inhertes en los estantes. Pero solamente una biblioteca pública digital dará a los lectores aquello que ellos necesitan para enfrentar los desafios del siglo 21 - un vasto acervo de conocimiento que pueda ser consultado, gratuitamente, por cualquiera y en cualquier momento.
ROBERT DARNTON ES PROFESOR Y DIRECTOR DE LA BIBLIOTECA DE LA UNIVERSIDAD HARVARDFuente Almendron
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