Este artículofue publicado en el diario La Voz del Interior
Rápido: antes de seguir leyendo, pensá en un libro.
Lo más probable es que ante ese pedido, hayas pensado en algo estilo Cien años de soledad , El Capital o incluso Manual práctico de electricidad del automotor . Son respuestas tan razonables como incorrectas. Esos no son libros sino, respectivamente, una novela, un tratado y un manual. Estamos confundiendo a la obra con el libro, cuando son cosas distintas.
Las obras son producciones intelectuales, intangibles, distintas entre sí, elaboradas en forma individual y artesanal. Su principal insumo es el tiempo de quien la escribe, a menudo de un único autor. La obra está íntimamente atada a sus autores, y sirve como vehículo para comunicar ideas al público lector.
Los libros son objetos tangibles producidos en serie, industrialmente, en tiradas de miles de ejemplares idénticos, que requieren una importante inversión de capital. El libro y su comercialización son ajenos al autor, sirve como vehículo para comercializar obras al público consumidor.
Reconociendo al libro como objeto industrial, el nombre “libro electrónico” se vuelve muy disonante. ¿Cómo puede ser “electrónico” un libro, si su misma esencia es ser tangible, concreto, industrial, escaso? En principio, un “libro electrónico” no sería otra cosa que un archivo digital. Es un objeto inmaterial, muy barato de reproducir y distribuir, y que permite usos que el libro no. Una computadora puede leer la obra en voz alta, podemos dar a un estudiante toda la bibliografía que necesita en un disco flash.
La industria editorial, por cierto, no está interesada en esas características; ellas no están en el negocio de la difusión de obras, sino en el de distribución y venta de objetos industriales. El formato electrónico les ofrece enormes ventajas para bajar costos, pero la idea de trasladar esos ahorros a los precios no les gusta nada. En realidad, les gustaría cobrar más caro, y de ser posible cobrar extra por cosas que el libro de papel sí nos permite hacer sin costo adicional. Así, la visión del “libro electrónico” de la industria es la de proveer lectores portátiles cuya misión es convertir al archivo digital en un vehículo más restringido aún que el libro de papel. Un “libro electrónico” de Kindle no puede ser leído en un Nook, y viceversa. Un “libro electrónico” cuesta más o menos lo mismo que el de papel, pero no se puede regalar, prestar, compartir, revender. Un “libro electrónico” no se puede sacar de una biblioteca. Un “libro electrónico” no es nuestro, aunque lo hayamos pagado; la editorial puede borrar remotamente cualquier libro de nuestra biblioteca, y nosotros no podemos impedirlo.
Un “libro electrónico” no es más que un producto de bajo costo de producción, distribuido a precios altos y mediante mecanismos restrictivos que lo hacen menos útil que los libros de papel; un archivo digital de cuyas ventajas la industria saca todo el provecho.
Afortunadamente, hay en el mercado dispositivos que no tienen estas restricciones. Con ellos no se pueden leer “libros electrónicos” comprados a la industria editorial, pero sí archivos digitales en muchos formatos diferentes, lo que claramente es mejor negocio.
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