Fuente Crítica Digital.
Martín Caparrós.
Son como niños. Clarinito dijo no no no no quiero no quiero y siguió imaginando que si él no lo decía eso no iba a existir. O, mejor: que, aunque ya lo hubiera dicho, si dejaba de decirlo desaparecería. Y Nacionita lo agarró de la mano y le dijo no no no yo tampoco quiero, e imaginó lo mismo. Después se fueron a dar una vuelta por el barrio: se les había ocurrido vender limonada en la puerta del jardín, y que si le ponían mucha agua iban a ganar más y, ya que estaban, empezaron a hablar mal de la maestra jardinera: maestra caca culo pis, maestra putiquina tontonera botoxa caradú, maestra puaj más puaj. Y al final se fueron tan contentos, convencidos de que, con su silencio, habían borrado aquel asunto que los preocupaba.
Pero los niños son, además de perversos malvaditos, un poco torpes todavía: Nito y Nita dejaron muchos rastros, chorreaban por todos los costados. Y entonces algunos chicos de la salita rosa pudimos ver los esfuerzos que hacían para que nadie se enterara de que allá afuera, en el mundo, los grandes hablaban del aborto.
El aborto es un tema que irrita a mucha gente –y, más que nada, a gente con sotana: si los obispos parieran, el aborto sería sacramento, decía una amiga mía. Los mismos que soportan muy bien que haya chicos que se mueran de hambre o se maten de paco o agonicen de sida con tal de que no usen forros, no toleran que una mujer decida interrumpir un embarazo –porque es, dicen, un asesinato. La discusión entre morales podría llevar horas y no llevaría a ningún acuerdo. Pero más allá de las posturas que cada quien defienda, hay una realidad: más de mil mujeres abortan cada día en la Argentina y la gran mayoría lo hace en condiciones muy precarias –sin médico, sin asepsia, sin ninguna garantía. Por eso cada día se muere una mujer por un aborto mal hecho, y por eso –entre otras razones– hay mucha gente que pide que se legalice: porque hay pocos ejemplos más brutales de la desigualdad social. Una argentina de clase media o alta puede hacerse un aborto privado y clandestino con riesgos muy mínimos; una argentina de clase baja que decide abortar arriesga su vida. Legalizarlo e incluirlo en los programas de salud pública es la única forma de reparar esa injusticia. Y sería, incluso, útil para el sistema sanitario: cada día, casi doscientas mujeres llegan a hospitales públicos para paliar las consecuencias de un aborto mal hecho –y ocupan recursos que se podrían usar en otras cosas.
Pero los políticos argentinos temen pelearse con la iglesia romana, y nuestra presidenta mujer y progresista dijo cada vez que pudo que estaba en contra del aborto y, en cuanto asumió, echó al non sancto Ginés; enseguida su primera ministra de Salud, mujer y progresista Ocaña, dijo que el aborto era “un tema de política criminal, no materia de mi ministerio”. Es pura hipocresía: si realmente están en contra del aborto, deberían perseguirlo en todos los casos: castigar, por ejemplo, a los médicos que lo practican en consultorios coquetos de los barrios finos. Pero si no lo hacen, el Estado debe garantizar que todas las mujeres tengan las mismas chances.
Este martes, 250 organizaciones sociales y 35 diputadas y diputados presentaron de nuevo en el Congreso el proyecto de ley por un aborto legal, seguro y gratuito, bajo la consigna ya clásica: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. Pero algo había pasado: hace tres años, cuando las mismas empecinadas militantes presentaron un proyecto semejante, el apoyo fue mucho menor. “Este año parecía que ninguno se quería quedar afuera”, me dijo una de ellas, “y siguen sumándose”. Esa suma ya era un hecho político en sí mismo, una noticia: que se juntaran legisladores del Frente por la Victoria y la Coalición Cívica, el socialismo y el Peronismo Federal, el Proyecto Sur y la UCR, el Nuevo Encuentro y el GEN –y ninguno del PRO, válgame Dios– para compartir una mesa y una idea es un hecho raro en la política argentina, que merece ser contado, analizado. Pero nuestros grandes medios no lo tienen muy claro –o, quién sabe, tienen claro cuestiones más oscuras.
Porque Nito y Nita se enfurruñaron y pensaron que, una vez más, si no lo decían no iba a existir –y pusieron manos a la obra. Nita es más astuta: el proyecto de aborto legal no aparecía en las páginas visibles de lanacion.com pero, si uno buscaba mucho, al final lo encontraba. Lo mismo pasaba en su edición de papel: la noticia, mezclada con una más vieja para sacarle fuerza –“Aborto y matrimonio gay, en el Congreso”– estaba en la última página de Información General, después de “La increíble muerte del hijo de Grimau”, “Un preso por el crimen de Mar del Plata” y “Confirman la absolución de un acusado de violar a una joven” –temas, sin duda, mucho más importantes. La noticia no sólo estaba escondida: juntar un proyecto de ley presentado por 35 congresistas con los crímenes del día es una opinión tácita y contundente. Pero el método fue casi versallesco al lado de lo que hizo Nito.
Que desapareció la noticia de sus ediciones. El martes a las 17.34, clarin. com publicó una información bajo la placa de último momento: “Reflotan en el Congreso un proyecto de ley para legalizar el aborto”, decía el título y, más abajo, “La iniciativa, impulsada por 33 diputados, plantea que toda mujer tiene derecho a interrumpir el embarazo durante las primeras doce semanas de gestación o, fuera de ese período, en casos de violación, riesgo de vida o malformaciones fetales graves”. Después venía una larga nota, llena de detalles (http://www.clarin.com/diario/2010/03/16/um/m-02160714.htm). Al día siguiente, la noticia ya no estaba en la web ni en el papel.
Por ahora –por fortuna– la prensa por internet sufre menos controles que las otras: un periodista consigue una información, la redacta y la manda a un editor que la cuelga apurado en la red, porque hay que salir antes que los demás. En un diario de papel, en cambio, hay tiempo para cabildeos y consultas, y cada página pasa por varias miradas antes de ir a la imprenta. Este miércoles, en la edición de Clarín, donde la información del parlamento –DNUs, Marcó del Pont, impuesto al cheque– era central, no había una palabra sobre el tema del aborto legal. Un medio tiene derecho a elegir qué considera noticia. Lo curioso es que Clarín primero consideró que esto lo era, y después se arrepintió. Tan interesante les había parecido al principio que, el mismo martes, le dedicaron su encuesta online del día. A alguien se le debía haber ocurrido averiguar qué pensaban sus lectores; la idea era buena, y el tema convocó bastante más que lo habitual: hacia las siete de la tarde ya había 7226 personas (76,1 %) que estaban “de acuerdo con que el Congreso discutiera el aborto”; otras 2373 (23,9 %) pensaban que no. A veces, la sociedad argentina es un poco menos reaccionaria que sus líderes.
Hasta que a algún jefe de Clarín se le debe haber ocurrido que eso que sus lectores decían no terminaba de gustarle, y lo borró del mapa: el miércoles a la mañana quise chequear cómo seguía la encuesta y me sorprendió no encontrarla en la home de clarin.com. Abrí, entonces, la ventana donde se guardan todas las encuestas anteriores: la encuesta sobre el aborto había desaparecido. Cualquiera puede ver que existió: no hay manera de abrirla desde ninguna página, pero si uno tiene la dirección original todavía la encuentra en http://www.servicios.clarin.com/encuestas/votar.jsp?encId=9239 –porque, en la web, como en los buenos thrillers, siempre queda algún rastro. Después, cualquiera puede entrar en la ventana Encuestas Anteriores –que muestra todas las que hicieron en los últimos meses– y ver que la encuesta del martes 16 sobre el aborto que acaba de mirar era un espejismo: allí, entre la del lunes 15 –“¿Alguna vez se encontró personalmente con alguien que conoció en la web?”– y la del miércoles 17 –“¿A qué equipo ver mejor parado para el Superclásico del domingo?”– no hay nada, nada de nada, el vacío más perfecto. O sea: que Clarín se censuró a sí mismo. En la mejor tradición estalinista, borraron de la foto lo que no les gustaba: las miles de personas que les habían dicho que estaban por el debate no existían. ¡Personas, quién dijo personas? ¿Debate, quién dijo debate? ¿Aborto, quién dijo aborto? No, aborto no, no hay, no existe, si alguien dijo que existe estaba equivocado. ¿Que fui yo el que lo dije? Pero no, señorita, estará confundida.
Son como niños; nosotros, sus juguetes. Es levemente aterrador u, ojalá, solamente patético.
Fuente Crítica Digital.
Acá está la página en Clarín en donde está la encuesta y su resultado.
Encuesta
¿Está de acuerdo en que se reabra en el Congreso la discusión sobre el aborto?
votos
Los diputados que acompañaron el proyecto:
La iniciativa fue firmada por 33 diputados nacionales de diferentes bloques. Según Díaz, fue elaborado en el 2005 de manera "muy participativa". La dirigente destacó que la idea es que "este debate se institucionalice en el Congreso". La psicoanalista Martha Rosenberg y las diputadas por María Luisa Storani (UCR), Adela Segarra (Frente Para la Victoria), Cecilia Marchan (Libres del Sur),
Según la diputada, los principales obstáculos para avanzar con esta iniciativa pueden ser "la Iglesia y algunos diputados que por cuestiones religiosas plantean objeciones". No obstante, destacó que "el proyecto ha tenido bastante consenso en lo que respecta a frentes y diputados firmantes".
La lista de diputados firmantes es: Juliana Di Tullio, Héctor Alvaro, Adela Sigarra, Héctor Recalde y Adriana Puiggros por el FPV; María Luisa Storani, Silvia Storni, Néstor Castañón y Silvana Guidici de la UCR; Miguel Barrios, Lisandro Viale, Mónica Fein, Alicia Ciciliani, Ricardo Cuccovillo y Roy Cortina, del Partido Socialista. Además: Cecilia Merchan y Victoria Donda de Libres del Sur; Martín Sabatella, Vilma Ibarra, Carlos Heller, Jorge Rivas y Ariel Basteiro por Nuevo Encuentro; Marcela Rodríguez, Fernanda Gil Lozano y Fernanda Reyes por la Coalición Cívica; Claudio Lozano y Liliana Parada por el Proyecto Sur; Horacio Alcuaz, Fabián Peralta y Gerardo Milman de Generación para un Encuentro Nacional; Nélida Belous de Proyecto Progresista; María Areta de Frente de Todos, y Verónica Benas de Solidaridad e Igualdad.
Y siempre pensamos....Si el glifosato es abortivo, por qué la iglesia lo permite y no permite el aborto?
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