martes, 24 de agosto de 2010

Andrés Carrasco: "Con mi trabajo sobre el glifosato contribuí a un debate que debieron liderar otros"


Fuente "La Capital" de Rosario.

Por Luis Emilio Blanco / La Capital

San Jorge.— El estudio de Andrés Carrasco, profesor de embriología, investigador principal del Conicet y director del Laboratorio de Embriología Molecular que versa sobre el efecto letal del glifosato en embriones, fue publicado por la revista especializada estadounidense Chemical Research in Toxicology (Investigación Química en Toxicología). Esa difusión le otorga verosimilitud y reconocimiento en el ámbito científico internacional y refuta los argumentos de los defensores del modelo agroeconómico instalado en Argentina, que cuestionaron los resultados de su investigación. Ahora, con sus resultados en al mano, dice: “Lo mío fue una contribución a un debate que no lideraron quienes debieron hacerlo”.
   Según su trabajo, el glifosato produce malformaciones neuronales, intestinales y cardíacas en embriones, aun en dosis mucho más bajas que las utilizadas en la agricultura. “Lo que sucede en la Argentina es casi un experimento masivo porque en ningún lugar del mundo hay tantas plantaciones concentradas de soja como en el país”, dejo este investigador, y aclaró que si su trabajo no concuerda con las recomendaciones de la Secretaría de Agricultura “es un claro problema de esta dependencia”, que clasifica al glifosato como de baja toxicidad. “Todo lo contrario de lo que afirman estudios diversos, que confirman la alteración de mecanismos celulares y, sobre todo, contrario a lo que padecen familias de decenas de provincias”, argumentó.
   Por inmiscuirse en el centro de un modelo que se difundió a partir de los 90 desde La Pampa hasta las provincias del norte del país y que, con el acompañamiento de una política agroexportadora favorable terminó con la crisis que afectaba a los productores agropecuarios y los volvió a una etapa de esplendor, el científico pagó las consecuencias. Una campaña de desprestigio, amenazas, presiones políticas y hasta agresiones físicas pasaron a formar parte de su vida.
   Con determinación por difundir su descubrimiento recorre el país para explicar los motivos que despertaron su interés y cómo fue la investigación. Sus resultados dispararon una de las señales de alerta más importantes en la Argentina, desde la instauración del monocultivo de soja genéticamente modificada. En una extensa charla con La Capital, reflexionó sobre su trabajo, el papel de los organismos de investigación y su mimetización con intereses extracientíficos.
   —¿Cómo explica el resultado de sus estudios sobre un producto que desde diversos ámbitos se promueve?
    —En realidad exponemos en justa medida lo que hicimos en el laboratorio. Esto es nada más que un aporte desde la ciencia. A algunos les molesta que demos malas noticias pero no creo que nuestros experimentos sean el elemento fundamental en toda esta discusión. En realidad, gatillamos algo que estaba contenido, que mucha gente observaba pero no se podía sistematizar.
   — ¿Tomó real dimensión de la convulsión que provocó la publicación de esos resultados?
   —No magnifico la importancia de nuestros estudios. En Santa Fe se realizaron experiencias similares. En mi caso pude aplicar otra visión con nuevas tecnologías y un conocimiento más profundo en el desarrollo embrionario. Las razones más poderosas de todo este problema están en la conciencia y en la observación cotidiana de la gente. Respeto mucho los saberes que provienen de la observación directa y no científica. Hay saberes y saberes, la ciencia es uno de ellos. Hay pueblos que poseen otras maneras de conocer, epistemologías alternativas y no solamente inglesa, francesa, alemana o centroeuropea. Existen otras formas de analizar la realidad y nunca hay que descartarlas. Cuando los gobiernos, sus funcionarios o las sociedades ignoran esas formas de conocer se meten en problemas. Aprendí que uno no debe ser autorreferencial o autocelebratorio de lo que hace. Mi intención es que esto sirva de punto de partida para un debate un poco más profundo que va más allá del uso de un plaguicida, sino de un modelo tecnológico de producción que exige su utilización.
   — ¿Entonces los cuestionamientos no de deben recaer sobre un producto, sino sobre el sistema de producción?
   —Decir que el problema es el glifosato es achicar el discurso. Uno debe hacer un esfuerzo intelectual y analizar que el glifosato es un emergente. Es una consecuencia indeseada. Una forma de ver el desarrollo de un país. No es que aparece el paquete tecnológico y después alguien empieza a producir en función de eso, sino que hay una decisión primaria, una forma de ver el progreso, el desarrollo de las sociedades, la distribución de la riqueza y la explotación de los recursos. La tecnología y la ciencia no son neutrales. A veces son objetivas pero nunca neutrales. Y siempre las disciplinas tecnológicas como las científicas se construyeron sobre marcos históricos, ideológicos y culturales determinados.

Ciencia y autocrítica. La reflexión avanza en ese sentido. “Nosotros no tenemos estos problemas por una casualidad, los tenemos porque estamos inmersos en un mundo con un determinado sentido del desarrollo y con una ciencia que tiene una función determinada”, afirma Carrasco. “El científico que no haga una reflexión sobre eso se equivoca porque está matando lo único que tiene la ciencia de permanente: la capacidad crítica sobre sí misma. La ciencia es autocrítica pero además puede ser subordinada o independiente, servir a pocos o muchos. También puede ser «buena» cuando trae beneficios para muchos y puede ser «mala» cuando enriquece a pocos”, insiste.
   —¿La tarea de disparar el alerta está cumplida?
   —Lo mío es sólo la contribución a un debate que, quienes tendrían que liderarlo, no lo hacen. Entonces, que se instale, y que a partir de sus problemas concretos, la gente les exija a sus gobernantes el camino a seguir. Es importante que los vecinos se interesen por estos problemas complejos, que no son sólo de la Argentina. En Bolivia los dirigentes llevan adelante la construcción de un relato que incluye la tecnología, el progreso, el desarrollo, la política, la economía y la visión de para qué se erige una sociedad. Son intelectuales como los nuestros pero están mirando un poco más allá, tratando de romper barreras étnicas y contemplando la incorporación de elementos nuevos que no provienen sólo de la racionalidad científica positivista de la Europa de los siglos XVIII o XIX, sino de todas las cosas propias. Y esto pasa en otros países.

¿No así en Argentina?
   —En nuestro país, tanto universidades e instituciones de divulgación científica están penetradas —y lo digo en el sentido violatorio de la palabra—, por los grandes cruzados. Esos son los fondos de Bajo la Alumbrera, del paquete tecnológico de desarrollo agrario y tantos otros ejemplos que vienen circulando como casos particulares o generales. En ellos se ve cómo los juegos de intereses entran en aquellas cosas que percuden y erosionan la capacidad de decisión nacional. Se meten en lugares que de alguna manera son cooptados a través de distintos mecanismos para satisfacer sus intenciones. Uno diría vulgarmente que son la expansión de espacios de privatización. No es poca cosa, porque la Universidad es el lugar del intelecto, del pensamiento crítico y debe estar al servicio de la sociedad y nunca al de demandas o intereses de algunos sectores en particular.
   — ¿Qué lo llevó a anticipar los resultados de sus estudios?
   — Cuando concreté la divulgación de mis estudios lo hice convencido de que los resultados eran de interés público. A partir de allí comenzaron a convocarme de diversos sectores de la sociedad: ambientalistas, vecinos, movimientos colectivos que quieren saber de qué se trata. Necesitan debatir el problema y adquirir elementos para su propia discusión. No soy el actor principal de esta problemática. Los protagonistas son aquellos que detectaron, se sensibilizaron, denunciaron y se lanzaron a confrontar ideas y saberes para defender sus derechos. Desde lo intelectual, uno tiene que acompañar estos movimientos. A mi me sirvió para pensar sobre otras cosas que no tienen mucho que ver con la biología molecular.
   —¿Cómo se identifican los objetivos a alcanzar?
   —No se puede parcializar como comúnmente hace el científico. Hay que montar un mecanismo de interrelación, no al estilo académico, sino real. Cada pueblo tiene su cultura que supo preservar o no de acuerdo a su historia. Eso también interviene en estas discusiones porque es lo que otorga la fortaleza o debilidad para defender algunas cosas. Esto es muy complejo y difícil de resolver. Lo que podemos hacer es mantener el debate arriba de la mesa. Me conformo con eso. El Estado no puede hacerse el dueño de este debate que sí debe desarrollarse en la sociedad en función de sus necesidades y nunca exclusivamente desde una mirada sobre la renta. Es mentira que una sociedad con más ingreso económico será más justa o tendrá mayor bienestar.
   — ¿Qué opina sobre el informe del Conicet encargado por la presidenta?
   —Está plagado de inexactitudes. No guarda las normas elementales académicas. Cuando uno hace un trabajo de esa naturaleza debe usar bibliografía independiente y en cambio menciona en 19 fragmentos informes no publicados de la principal productora de Glifosato y en 35 párrafos refiere a trabajos de especialistas reconocidamente pagados por la misma firma. Además, con el mismo informe yo hubiera llegado a la conclusión opuesta: hubiera aplicado el principio precautorio. En primer lugar, porque soy médico y convencido de que antes que curar hay que prevenir. Pero además, y esto es lo segundo, si tengo datos que me dicen que algo está ocurriendo, no puedo afirmar que no hay suficientes pruebas. Eso es grave porque hay una forma de ver las cosas evidentemente sesgada cuando surge de una comisión que representa la institucionalidad del Estado para que emita un juicio.

Fuente "La Capital" de Rosario.



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