viernes, 20 de agosto de 2010

A Mauri le gusta pedir las listas....

Visión Siete-Colegio Mariano Acosta.


Ante todo esto Mauri ofrece:

"Pedir las listas de estudiantes que toman colegios vulnera derechos y no soluciona el conflicto"

El legislador Gonzalo Ruanova afirmó que "hace ya dos años, cuando se intentó hacer lo mismo en el conflicto por el recorte de becas, la Justicia determinó que se anule la disposición por inconstitucionalidad grosera". El gobierno porteño decidió pedir los nombres de quienes intervienen en las tomas en reclamo de mejoras edilicias.

"El gobierno de Macri vuelve a tomar una decisión equivocada, que no tiene correlato con la realidad, porque en vez de buscar alternativas de resolución al conflicto, como lo contempla la ley de mediación escolar sancionada el año pasado, intenta generar miedo a los alumnos que participan en el reclamo con métodos que nos traen muy malos recuerdos a todos los argentinos" añadió Ruanova.

El legislador por Nuevo Encuentro planteó que "esta situación de conflicto escolar podría haberse evitado si el gobierno de Macri hubiera hecho las mejoras edilicias que se necesitan en los colegios, porque la plata está y sólo se gastó en el primer semestre un 7 por ciento del presupuesto aprobado para Infraestructura escolar".

"La lista que debería confeccionar el ministro Esteban Bullrich es la de los funcionarios que tienen a cargo las obras en los colegios para pedirles inmediatamente la renuncia", concluyó.

Fuente Página 12.


A Mauri lo único que se le ocurre es mandar en cana a los chicos...

En el Mariano Acosta estudió Julio Cortázar y le inspiró este cuento:

La Escuela de Noche-Julio Cortázar




De Nito ya no sé nada ni quiero saber. Han pasado tantos años y cosas, a lo mejor todavía está allá o se murió o anda afuera. Más vale no pensar en él, solamente que a veces sueño con los años treinta en Buenos Aires, los tiempos de la escuela normal y claro, de golpe Nito y yo la noche en que nos metimos en la escuela, después no me acuerdo mucho de los sueños, pero algo queda siempre de Nito como flotando en el aire, hago lo que puedo para olvidarme, mejor que se vaya borrando de nuevo hasta otro sueño, aunque no hay nada que hacerle, cada tanto es así, cada tanto vuelve como ahora.


La idea de meterse de noche en la escuela anormal (lo decíamos por jorobar y por otras razones más sólidas) la tuvo Nito, y me acuerdo muy bien que fue en La Perla del Once y tomándonos un cinzano con bitter. Mi primer comentario consistió en decirle que estaba más loco que una gallina, pesealokual -así escribíamos entonces, desortografiando el idioma por algún deseo de venganza que también tendría que ver con la escuela-, Nito siguió con su idea y dale conque la escuela de noche, sería tan macanudo meternos a explorar, pero qué vas a explorar si la tenemos más que manyada, Nito, y, sin embargo, me gustaba la idea, se la discutía por puro pelearlo, lo iba dejando acumular puntos poco a poco.


En algún momento empecé a aflojar con elegancia, porque también a mí la escuela no me parecía tan manyada, aunque lleváramos allí seis años y medio de yugo, cuatro para recibirnos de maestros y casi tres para el profesorado en letras, aguantándonos materias tan increíbles como Sistema Nervioso, Dietética y Literatura Española, esta última la más increíble, porque en el tercer trimestre no habíamos salido ni saldríamos del Conde Lucanor. A lo mejor por eso, por la forma en que perdíamos el tiempo, la escuela nos parecía medio rara a Nito y a mí, nos daba la impresión de faltarle algo que nos hubiera gustado conocer mejor. No sé, creo que también había otra cosa, por lo menos para mí la escuela no era tan normal como pretendía su nombre, sé que Nito pensaba lo mismo y me lo había dicho a la hora de la primera alianza, en los remotos días de un primer año lleno de timidez, cuadernos y compases. Ya no hablábamos de eso después de tantos años, pero esa mañana en La Perla sentí como si el proyecto de Nito viniera de ahí y que por eso me iba ganando poco a poco; como si antes de acabar el año y darle para siempre la espalda a la escuela tuviéramos que arreglar todavía una cuenta con ella, acabar de entender cosas que se nos habían escapado, esa incomodidad que Nito y yo sentíamos de a ratos en los patios o las escaleras y yo sobre todo cada mañana cuando veía las rejas de la entrada, un leve apretón en el estómago desde el primer día al franquear esa reja pinchuda, tras de la cual se abría el peristilo solemne y empezaban los corredores con su color amarillento y la doble escalera.


-Hablando de la reja, la cosa es esperar hasta medianoche -había dicho Nito- y treparse ahí donde me tengo vistos dos pinchos doblados, con poner un poncho basta y sobra.
-Facilísimo -había dicho yo-, justo entonces aparece la cana en la esquina o alguna vieja de enfrente pega el primer alarido.
-Vas demasiado al cine, Toto. ¿Cuándo viste a alguien por ahí a esa hora? El músculo duerme, viejo.


De a poco me iba dejando tentar, seguro que era idiota y que no pasaría nada ni afuera ni adentro, la escuela sería la misma escuela de la mañana, un poco frankenstein en la oscuridad si querés, pero nada más, qué podía haber ahí de noche aparte de bancos y pizarrones y algún gato buscando lauchas, que eso sí había. Pero Nito dale con lo del poncho y la linterna, hay que decir que nos aburríamos bastante en esa época en que a tantas chicas las encerraban todavía bajo doble llave marca papá y mamá, tiempos bastante austeros a la fuerza, no nos gustaban demasiado los bailes ni el fútbol, leíamos como locos de día pero a la noche vagábamos los dos -a veces con Fernández López, que murió tan joven- y nos conocíamos Buenos Aires y los libros de Castelnuovo y los cafés del bajo y el dock sur, al fin y al cabo nos parecía tan ilógico que también quisiéramos entrar en la escuela de noche, sería completar algo incompleto, algo para guardar en secreto y por la mañana mirar a los muchachos y sobrarlos, pobres tipos cumpliendo el horario y el Conde Lucanor de ocho a mediodía.

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