lunes, 23 de agosto de 2010

Obesos y Famélicos-Raj Patel

Sobre otro libro de Raj Patel-El valor de nada



Al libro no lo encontré, pero encontré este artículo en la página de Reynaldo Sietecase:



. En ese libro, el profesor Patel anticipa la crisis alimentaria mundial. Mi amigo Pablo Robledo le hizo, en Londres, una muy buena entrevista para la revista C (diario Crítica) y me sugirió sumarla a éste espacio. Se trata de una mirada lúcida que abona a la polémica que atraviesa a la Argentina y el mundo sobre alimentos y transgénicos. Reproduzco la nota, cuyo título fue El enemigo del supermercado, con la autorización del medio citado ya que no está en la web.

Es una mañana lluviosa y fría del verano londinense y Raj Patel llega puntual a la cita en la estación de subte de Finchley Central. Se saca el i-Pod, estrecha la mano y saluda con una sonrisa amplia y abierta. Pocos transeúntes podrían imaginar que este hombre de barba de tres días y bolso en bandolera es uno de los mayores expertos mundiales en el sistema alimentario global. O que su libro Obesos y famélicos se convirtió en fenómeno editorial por haber anticipado con implacable precisión la gran crisis alimentaria que actualmente sacude al mundo. Menos aun que el Congreso de Estados Unidos lo llamó a declarar para conocer su opinión sobre la actuación de los organismos financieros internacionales en la crisis. Las cifras de un sistema que produjo 1.000 millones de obesos y 800 millones de famélicos podrían hablar por sí solas pero la manera en que Patel modula y articula las causas y efectos de tal despropósito ha hecho sonar muchas alarmas. Ergo, sus ideas y análisis son una presencia constante en los lugares donde se debate el futuro de la humanidad.

Este profesor universitario, activista y escritor -elevado a la condicion de “adivino de la agroeconomia”- tiene la mirada gentil de los curiosos y la gesticulación segura de los convencidos. Caminando en busca de un bar para conversar, confirma la impresión de que es una persona que no solo habla y opina sino que también escucha, esa rareza. Instalados ya en un bar polaco-mexicano, la moza mira cómo los dos únicos clientes dejan enfriar sus capuchinos.

Que un autor dedique las últimas 117 paginas de un libro a notas y referencias sorprende y da el indicio de que hizo los deberes antes de argumentar a fondo. “Quiero que la gente que lo lee también lo use, que confíe, que esté segura de que lo que cuento no es una boludez inventada sino algo muy bien investigado. Mi libro es un arma, una herramienta de trabajo. Si se lo cita se puede estar seguro de que las cosas que digo estan probadas, son hechos ciertos y factuales”. Y lo que cuenta Patel tiene que ver con una gran tierra baldía donde se destruyen comunidades rurales, se envenena a los pobres de las ciudades, se demandan niveles insostenibles de uso de agua y combustibles fósiles, se contribuye al calentamiento global, se propagan enfermedades, se destruyen ecosistemas, se da el poder a las grandes corporaciones y se limita nuestra sensualidad y compasión. Patel cuenta el estado del sistema alimentario global del planeta Tierra Baldía a principios del Siglo XXI y es difícil discernir si el género resultante es ciencia ficción, horror, comedia, tragedia griega o realismo sucio. Quizás sea una mezcla de todos pero lo seguro es que su lectura provoca ira, culpa, incredulidad, impotencia. Y sobre todo, enojo.

Laberinto del terror

Enojos múltiples fueron los que lo llevaron a escribir este ensayo dantesco pero también esperanzador que ya fue reeditado en Estados Unidos, Inglaterra y España y será publicado en China, Italia y otros trece países. Enojo con las desigualdades que permiten a algunos múltiples posibilidades de elección de comidas y a otros nada, enojo con las desigualdades que son una afrenta a la dignidad como especie y que según Patel no habría que tolerar: “Las personas más pobres de la tierra son las que hacen crecer los alimentos que comemos, una cadena de producción donde se explota a millones de personas y la única cosa que necesitamos para sobrevivir es la peor paga. A mí también me explotan cada vez que voy al supermercado y mis gustos son cambiados e intentan ser cazados por el capitalismo. Me dicen que los precios baratos de los alimentos me son beneficiosos pero, aparte de que ayudan a la explotación, no me benefician en nada. Y no me gusta que me mientan. En el proceso del marketing de los alimentos te mienten sobre el valor nutricional y social de la comida” dice Patel, entrando de lleno en un territorio que le es familiar y lo subleva: el de los supermercados.

Al almacén de la esquina en Inglaterra se lo llama Corner Shop y sus dueños suelen ser inmigrantes indios o pakistaníes. El Corner Shop de los esposos Patel, en el barrio judío de Golders Green, fue el lugar donde Raj, nacido en Londres en 1972, dio sus primeros pasos y jugó sus primeros juegos.

El niño Patel creció, se graduó en Matemáticas, Política, Filosofía y Economía en Oxford y se doctoró en Sociología del Desarrollo en Cornell. Trabajó para el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y las Naciones Unidas. Patel creció y se marchó por el mundo pero no olvidó.

Hoy, veinte años después, hace una pausa, mira por los ventanales del bar, señala con el dedo: “Aquí mismo, en Finchley, teníamos cantidad de negocios de comidas que vendían alimentos de muy buena calidad. Luego abrió el supermercado de la cadena Tesco. Margaret Thatcher vino a inaugurarlo, cortó las cintas y proclamó un esplendoroso nuevo futuro. Desde entonces, el barrio quedo destrozado, todos los almacenes fueron barridos. Soy un enemigo de la clase de mierdas que venden los supermercados. Estaría muy feliz de ser categorizado como su enemigo publico numero uno”

Pensar ciudades donde en cada Carrefour cuelgue una foto suya bajo el lema “Buscado” suena divertido: “La idea para el primer supermercado del mundo era que los visitantes tuvieran que caminar como ratas en un laberinto y hasta el día de hoy siguen experimentando. Son un experimento constante, diseñados para hacernos comprar más cosas. En ellos todo cambia porque buscan la manera de maximizar sus ganancias”.

Patel pregunta para argumentar. “¿Sabés por qué la leche en los supermercados siempre está al fondo?” No. Él lo explica: según estudios de mercado, el producto que más se compra en los supermercados es leche. Habla de una especie de Triangulo Dorado entrada-leche-cajero, un espacio sagrado en el cual los fabricantes pagan y compiten por poner sus productos al nivel de los ojos o, si son productos para niños, al nivel de los carritos. ¿Y por qué ahora hay tantas panaderías en los supermercados? “Está probado que con el pan no ganan nada, pero las ponen porque estudiaron que el aroma a pan te hace comprar más comida”. Y remata el análisis: “La ironía más profunda es que nos digan que los supermercados están muy surtidos y podemos elegir a gusto, cuando la totalidad de su arquitectura esta pensada para prevenirnos elegir racionalmente, hacer de nosotros imposibilidades y después llamarle a eso poder de elección.”

Agronegocios

Ante la sugerencia de que los productos orgánicos podrían ser una alternativa a la producción industrial y la distribución corporativa, pero solo en el Primer Mundo, por una cuestión de costos, Patel destruye el eje de ese pensamiento: simplemente, no cree en el “impulso tan norteamericano de pensar que podemos construir un mundo mejor a traves del shopping”, porque los problemas son mas profundos y sobre todo estructurales.

Hasta hace treinta años, dice, todos los alimentos en los países en desarrollo eran orgánicos, solo que no estaban “clasificados” como tales y, de hecho, hoy mismo grandes cantidades de alimentos son orgánicos “de facto”, porque los fertilizantes y pesticidas son muy caros. Es importante establecer una conexion y la establece: “La razón por la que nosotros tenemos tantas cosas orgánicas aquí es porque existe cierto tipo de explotación en los países en desarrollo. Argentina es un centro neurálgico de exportación agrícola y ganadera, entonces lo que voy a decir quizás no le suene muy familiar a los argentinos, pero en la mayoria de los países subdesarrollados encontramos una historia muy sangrienta de cómo se relacionan el colonialismo y la agricultura”.

Y a continuación, Patel ofrece una lección de historia colonial poniendo como ejemplo el te, que hacia 1800 era un artículo de lujo en Inglaterra y en 1850 ya era parte de la dieta de la clase obrera inglesa. Las plantaciones en la India y la infame Guerra del Opio -por la cual China fue obligada a comprar opio inglés a cambio de su te- fueron las razones del cambio tan brusco. Del te, Patel pasa al azúcar y las plantaciones de esclavos en el Caribe allá por el siglo XIX. Y como regresando del túnel del tiempo dice que “no necesitamos irnos muy lejos de Argentina, se pueden ver esclavos en las plantaciones de biocombustibles brasileras ahora mismo. Esta clara explotación es una función directa de nuestra capacidad de entrar a un lugar y decir ‘quiero esto y esto y esto y esto’. Nos acostumbramos tanto a ver ciertos productos en nuestras estanterías que no entendemos el costo humano que implican nuestros estilos de vida”

¿Esclavos en el Brasil de Lula? Si, dice Patel. “En 1998 Lula declaro que los agricultores dedicados a los biocombustibles eran criminales, y con razón, porque había mucha evidencia. La Organizacion Mundial del Trabajo encontró entre 20 mil y 40 mil esclavos modernos en estas plantaciones para biocombustibles y Lula, como miembro del PT, los llamo criminales. Pero ahora parece ser que son héroes. Y no son héroes porque estén haciendo las cosas de manera diferente, no, para nada”. Patel cree que es Lula el que cambió, desde que está en el poder. “Y el poder en Latinoamérica se basa en el control de las exportaciones agrícolas. Ahora, este poder agrícola se convirtió en una suerte de orgullo nacional al que todo el pueblo debe apoyar. ‘Apoyemos a nuestros exportadores’, dicen. Pero los exportadores son solo una pequeña parte de la población y hay muchísimas personas en los países latinoamericanos y en el resto del mundo que apoyan a las personas que los están cagando. Esto es la idea básica de todo nacionalismo: las minorías engañando y mintiendo para que las mayorías las apoyen”

El costo humano de la crisis del sistema alimentario se mide en números. El precio de los alimentos en el mundo se ha disparado con aumentos que llegaron al 150 por ciento en un año y según el Banco Mundial ha empujado a cien millones de personas al hambre. Con los salarios estancados, los síntomas y las protestas adquirieron carácter global. Desde los motines por el aumento de la tortilla de maíz en Mexico -debido al desvío de ese cereal para la producción de biocombustibles para el mercado norteamericano- hasta la destitución del Primer Ministro de Haiti, desde los campos de arroz de Vietnam hasta las plantaciones de Bangladesh, desde Costa de Marfil hasta Yemen y Egipto.

Para Patel, analizar el presente y mirar al futuro es un desafio que vuelve a intentar: “Los biocombustibles son un factor importante en la crisis. El Banco Mundial dijo que el 75% del aumento en los alimentos se debe a ellos, Bush dijo que su influencia es de solo el 4%. Creo que una proporción más realista seria el 25%”. El calentamiento global y los cambios climáticos, la especulación de los supermercados, la degradación del agua y del medioambiente de manera crónica o aguda y la mayor demanda de carne en los países subdesarrollados son, para él, algunas de las razones de la crisis. Y la principal es el aumento del precio del petróleo.

Cuando le digo que su análisis sugiere un futuro en que cuatro Jinetes del Apocalipsis – los combustibles fósiles, la energía, el agua y el calentamiento global – atacan al sistema alimentario global, Patel se ríe mucho. Aprueba condicionalmente con un “…si, siempre que entendamos que los caballos de esos jinetes están sometidos al poderoso látigo del capitalismo”. Y se vuelve a reír. Es un tipo simpático Patel pero la sonrisa se borra de su cara cuando intenta explicar por qué el sistema alimentario es tan vulnerable a las crisis petroleras. La respuesta, dice, lleva al tema de los monocultivos. Y explica didácticamente:

“El monocultivo es la clase de la agricultura que fue inventada para servir a los grandes intereses de los agronegocios. Para que funcione, primero hay que destruir los sistemas y el conocimiento agrícola tradicional, luego alejar la producción de tierras que no sirven por improductivas. Después, conseguir grandes extensiones de tierra para plantar un solo cultivo. Y haciendo esto estás destruyendo totalmente un ecosistema dentro del cual hay varias maneras de mantener la fertilidad de la tierra, ofreciendo nutrientes y autoreciclándose, como prueban los bosques que tienen una antigüedad de miles de años. Pero si se destruye el ecosistema, se necesitan fertilizantes. Y en los ecosistemas más complejos hay animales e insectos que depredan y son depredados, manteniendo así complejos tejidos de vida que mantienen su balance. Pero si lo destruimos, necesitamos pesticidas…”

Patel tiene la rara habilidad que poseen los contadores de historias: quien lo escucha queda atrapado en las imágenes que transmite pero algunas palabras son como campanitas que llaman a reflexionar, como “fertilizantes” y “pesticidas”. Él lo sabe, y sigue: “…que son muy perjudiciales para quienes los manipulan y para nosotros como consumidores. Si existen dudas al respecto es porque las compañías que los fabrican intentan parar todas las investigaciones y estudios que lo prueban. El monocultivo a gran escala impide pensar en las alternativas que tenemos, decir que es la única opción es esconder y enmascarar las otras…”. Como realizar avances en reforma agraria, que es una forma muy efectiva de aumentar la productividad, dice.

“Invertir en ciencia agroecológica es otra opción. En Latinoamérica existen sistemas agroecologicos, científicamente muy sofisticados, que producen cinco veces más que los monocultivos. El monocultivo es una clase de opción nuclear, destruye absolutamente todo. Mientras que con la agroecología estas creando un sistema muy complejo, que requiere menos esfuerzos, menos fertilizantes y menos energía. Y esto es muy importante si pensamos en el futuro a medio y largo plazo”.

Y este futuro, dice Patel, fue visitado por algunas de las mentes de los científicos mas brillantes del planeta, que se preguntaron cómo se va a alimentar la población del mundo cuando en 2050 en la Tierra haya 9.000 millones de personas. La conclusion fue que el actual modelo de monocultivos basado en combustibles fósiles no es sostenible ni podrá alimentar a todos.

¿No es, entonces, la llamada revolución transgénica una esperanza? La respuesta de Patel llega como una bofetada: “Hay dos clases de planes existentes en el campo de la ingeniería genetica convencional. Una es el plan que produce sus propios pesticidas, desde adentro de la industria. El otro es un plan que apoya un gran espectro de herbicidas, llamado roundup. Se vende como paquete semilla-herbicida y un ejemplo es la soja pronta o soja RR. La idea es plantar la soja y después rociarla con el herbicida, que es una hormona que impedirá que crezca cualquier cosa que no sean las semillas que uno plantó, que son tolerantes al herbicida”. Patel dice que todas las semillas transgénicas están diseñadas alrededor de la solución de pesticidas o herbicidas por compañías químicas como Monsanto, Bayer o Syngenta, que además tienen una posición casi monopólica respecto a la distribución de semillas a nivel global.

El autor de Obesos y famélicos tambien aconseja: “Si la gente esta preocupada acerca de sus alimentos o si habrá comida suficiente para sus hijos o simplemente acerca del poder de las corporaciones que producen semillas transgénicas, les aconsejo que tengan muchas dudas acerca de los cruces que hace la ingeniería genética. Cada vez más y más estudios demuestran que estos cruces genéticos no dan más seguridades que los métodos convencionales, así como también que los métodos agroecológicos dan más seguridades”. Según su experiencia, a las corporaciones como Monsanto, que lucharon mucho por imponer su posición, “esto les importa un carajo”. Y pone como ejemplo de su influencia las cumbres internacionales contra el hambre, como las del G-8 o la FAO, donde se repite que la ingeniería genética será parte de la solución de los problemas. “No, no lo será. Y si es parte de la solución, entonces esa solución no será mas que un nuevo problema”, vaticina.

“Si se continúan usando semillas transgénicas y alimentos genéticamente modificados veo millones de pequeños agricultores que serán expulsados de sus tierras por estos conglomerados globales y terminarán en conurbanos que serán insostenibles, difíciles de administrar, degradados, disfuncionales y de un horror difícil de mencionar”. Quien dijo esto no es Patel sino Carlos, Príncipe de Gales, en una entrevista posterior a la charla de C con el autor de Obesos y famélicos.

“En Brasil, la mayoría de las personas que viven en áreas rurales no poseen tierras y tienen vidas muy duras. En México se vive un largo proceso por el cual el gobierno trata de despojar a los campesinos pobres de sus tierras y algunos lo han perdido todo. El caso colombiano es el peor del mundo, es terrorífico. Hay una política gubernamental que permite que los paramilitares lleguen, echen a los campesinos y no les dejen retornar. Por una nueva ley que dice que si uno ‘abandona’ sus tierras por cuatro o cinco años, los grandes terratenientes locales pueden comprarlas. Esto significa que la violencia es ahora una de las tantas maneras de hacer más dinero”. Quien dice esto no es el Principe de Gales sino Patel y la manera en que pronuncia las palabras “campesino” y “violencia” en español deja entrever por qué admira tanto a Via Campesina, un grupo internacional que cuenta con 150 millones de miembros y coordina el trabajo y la acción y defiende los derechos de agrupaciones campesinas y de pequeños y medianos agricultores.

La mañana se convierte en mediodía y el tema de los monocultivos lleva directamente al conflicto de la soja en Argentina. “Creo que hay un retorno a cierta clase de feudalismo -analiza-. Las clases de economías que se crearon en Latinoamérica alrededor de estos grandes monocultivos, con los magnates de la agricultura controlando gran cantidad de tierras y parte de los gobiernos, mantienen su poder a través de un posicionamiento falso. Se posicionan a ellos mismos como si fueran gente rural opuestos a la gente urbana. La división entre lo rural y lo urbano se da en todo el mundo pero es más notoria en Latinoamérica, creándose así un complejo juego político en el cual se seduce a la gente a apoyar a quienes no actúan a favor de sus intereses.” A Patel le gustaría entender mejor la situación argentina, sin embargo no rehuye a la respuesta: “Siempre me inclino a apoyar a los oprimidos y explotados en cualquier sistema. Pero en el caso argentino no pude darme cuenta quién está explotando a quién o si todo no es simplemente una suerte de pelea familiar entre dos partes de la clase media”. Su incertidumbre se acentúa porque no pudo leer nada que le explique qué opinión tienen sobre el conflicto los pobres y los hambrientos de Argentina. “No se si existe una división entre la ciudad y el campo o si la clase obrera y los pobres están marginados del debate. No sé qué piensan o qué planes de acción tienen. Igual, no creo que el debate sea campo vs. ciudades sino oprimidos vs. aquellos que los explotan. Y en el caso de Argentina, no pude figurarme quién es quién”

Citando a Gramsci

Quien piense que Patel vive enojado o es un pesimista se equivoca. Cita a Antonio Gramsci cuando decía: “Pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad”. Y a quienes le dicen que es bueno para criticar pero no tanto para proponer alternativas les responde que él pregona un cambio muy científico a agriculturas de escala mas pequeña. Confiesa que no es vegetariano y maldice el snobismo creado alrededor de la comida. Cree que los argentinos somos privilegiados por la baja huella ecológica de la carne que comemos y da una visión pesadillesca de los feed-lots para engorde de ganado norteamericanos. Cuenta por qué apoya las acciones de guerrilla jardinera en las grandes ciudades y por qué no apoya a los ambientalistas radicales que creen que el Estado debe decirle a todo el mundo qué hacer y qué no hacer. Pide que tengamos una relación mas sensible con nuestra comida y que no nos desconectemos de la suerte que corren quienes trabajan para alimentarnos. Mira su reloj, se disculpa, en unas horas estará viajando a la India. Se va y sale el sol, un calor humedo se apodera de la ciudad. La sensación que deja su presencia y su charla es la de un avasallador golpe de aire fresco en la conciencia ecologica planetaria.

El No Logo de los alimentos

La editorial que lo lanzó en España (Los libros del Lince) presenta Obesos y famélicos, el libro de Raj Patel, como “el No Logo de la industria alimentaria”. El libro de Patel podría ser a la crisis alimentaria lo que el de Naomi Klein fue a la crítica de la globalización. De hecho, hay una raíz y una preocupación común. Y así como algunas ediciones de Stuffed and Sturved (el título original) llevan los elogios de la autora de No Logo en la tapa, el joven Patel también vivió, como protagonista, los ecos de la revuelta antiglobalización de Seattle en 1999.

Ya en tiempos de aquellas manifestaciones protagonizadas en buena medida -precisamente- por agricultores, campesinos que se oponían a la transnacionalización y homogeneización de los cultivos, Patel había tomado como objeto de estudio “el impacto de la civilización en el sistema alimentario mundial”; ese es, precisamente, el subtítulo de su libro.

Como hizo Eric Schlosser en Fast Food Nations, Patel investigó de punta a punta el sistema, desde el pequeño agricultor hasta los mecanismos de los supermercados, pasando por las conveniencias productivas de los oligopolios. Y, también como Schlosser en su famoso best seller de la alimentación, describe un entramado del que es difícil salirse, en el caso de que uno quisiera elegir cómo y qué comer.

Patel cita dos datos oficiales de la FAO (la organización de las Nacionales Unidas para la Agricultura y la Alimentación): en el mundo hay 820 millones de personas pasando hambre y 1.000 millones con sobrepeso. Son los dos extremos de un mismo problema, de las cadenas de producción que llevan los alimentos del campo a la ciudad. Y las dos caras de una crisis alimentaria que la FAO atribuye al cambio climático, la escasez de cereales, el tremendo aumento de la demanda, la utilización de materias primas para fabricar biocombustibles, el precio del petróleo, la especulación en los mercados de futuros de semillas entre otros factores de lo que Patel describe lisa y llanamente como un sistema perverso.

Patel es hijo de inmigrantes indios, nació en Londres, estudió en Oxford, Londres y Nueva York y enseñó en Yale, Berkeley y Sudáfrica. Tiene 36 años y vive en San Francisco. Su actividad no es sólo académica, es un reconocido activista de su causa.

Su furiosa crítica a las multinacionales de la alimentación, a los supermercados, a la tendencia mundial de la agricultura a los monocutivos y a la utilización de transgénicos aun no ha llegado a esta Argentina en la que la discusión sobre el modelo agrícola y sus consecuencias futuras ha quedado reducida a “una pelea entre el gobierno y el campo”.

Fuente: Reynaldo Sietecase

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