La aclaración sobre los graffitis, enviados por privado:
Aquí se paga a pintores de graffiti para que salgan con consignas prediseñanas por el mercadólogo jefe de prensa de presidencia (no es broma, es mercadólogo y dice que el presidente es un "buen producto" y "vende"), consignas fáciles, acusatorias, infamantes, inquisitoriales... de la calle, el presidente "retoma" la demanda "popular" y en su sabatina (una perorata inaguantable, llena de lugares comunes y mentiras de cada sábado durante 2 a 4 horas en cadena nacional) y desde ahí lanza sus ataques a todo mundo, ofensas, regaños de padre ofendido -se le olvida que no es rey, solo un oportunista que sorprendió a la izquierda a la que echó prontito del poder.
Acá te paso dos fotos de los muros de Quito, con parte de la campaña financiada por el gobierno, pa que mires el nivel del debate, y las obvias repercusiones que tiene.
Y es difícil ver la campaña contra la Comisión Americana de Derechos Humanos (CIDH) que está llevando a cabo Rafael Correa en Bolivia:
“La figura de las medidas cautelares no está contemplada en la Convención Americana de Derechos Humanos ni en el Estatuto de la Comisión Americana de Derechos Humanos (CIDH), sino únicamente en el reglamento de la comisión –hecho por ellos mismos–, en el artículo 25”, dijo en plenaria el presidente de Ecuador.
La CIDH tiene la atribución de pedir a los Estados la adopción de medidas cautelares “en casos de gravedad y urgencia, y toda vez que resulte necesario de acuerdo a la información disponible (...) para evitar daños irreparables a las personas”, según este organismo de la OEA.
“Se arrogó funciones no contempladas en el estatuto. Qué mal ejemplo da esta institución que debe promover el cumplimiento del derecho. ¡Miren si los presidentes, por medio de decretos, nos arrogáramos funciones no contempladas en la ley! Los Estados nos presentamos ante la CIDH tan solo como acusados, no como controladores ni hacedores de políticas. La CIDH se ha extralimitado y ha distorsionado sus funciones, influenciada por países hegemónicos y por ONG, por el gran capital detrás de las comunicaciones”, enumeró Correa, en completa sintonía con el reclamo de Bolivia, Venezuela, Brasil y Nicaragua.
“Es un error de buena fe de la izquierda creer que, por haber sido víctimas, los pueblos indígenas tienen supremacía moral por sobre los no victimizados. Es infantil creer que tienen todas las respuestas, que nos deben indicar el camino a seguir, que no tienen absolutamente responsabilidad en su condición de víctimas, asumir que por naturaleza son buenos, mientras que el resto, los no victimizados, son malos”, agregó Correa.
Página 12
Lo que dijo la CIDH en el año 1979 sobre lo que pasaba en la Argentina:
"Informe de la CIDH - 14 de Diciembre de 1979
A. Consideraciones Generales
Qué hubiera pasado si la CIDH no existiera en ese momento?
Sobre la izquierda y lo que se viene:
Traducido para Rebelión por Antoni Jesús Aguiló y José Luis Exeni. |
Históricamente, las izquierdas se dividieron en torno a los modelos de socialismo y sus vías de realización. Puesto que el socialismo no forma parte, por ahora, de la agenda política (incluso en América Latina la discusión sobre el socialismo del siglo XXI pierde fuerza), las izquierdas parecen dividirse en torno a los modelos de capitalismo. A primera vista, esta división tiene poco sentido porque, por un lado, actualmente hay un modelo global de capitalismo, desde hace tiempo hegemónico, dominado por la lógica del capital financiero, basado en la búsqueda del máximo beneficio en el menor tiempo posible, sean cuales sean los costes sociales o el grado de destrucción de la naturaleza. Por otro lado, la disputa en torno a los modelos de capitalismo debería ser más una controversia abierta entre las derechas que entre las izquierdas. Sin embargo, no es así. A pesar de su globalidad, las características del modelo de capitalismo dominante varían en distintos países y regiones del mundo y las izquierdas tienen un interés vital en discutirlas, no sólo porque están en juego las condiciones de vida, aquí y ahora, de las clases populares, que son el soporte político de las izquierdas, sino también porque la lucha por horizontes poscapitalistas (a los que algunas izquierdas no han renunciado) dependerá mucho del capitalismo real del que se parta.
Dado el carácter global del capitalismo, el análisis de los diferentes contextos debe tener en cuenta que, a pesar de sus diferencias, éstas forman parte del mismo texto. De este modo, la actual disyunción entre las izquierdas europeas y las de otros continentes, principalmente las izquierdas latinoamericanas, es perturbadora. Mientras las izquierdas europeas parecen estar de acuerdo en que el crecimiento es la solución a todos los males de Europa, las izquierdas latinoamericanas están profundamente divididas sobre el crecimiento y el modelo de desarrollo en el que se basa. Veamos el contraste. Las izquierdas europeas parecen haber descubierto que la apuesta por el crecimiento económico es lo que las distingue de las derechas, instaladas en la consolidación presupuestaria y la austeridad. Crecimiento significa empleo y éste, a su vez, mejora de las condiciones de vida de la mayoría. No problematizar el crecimiento implica la idea de que cualquier crecimiento es bueno. Se trata de una idea suicida para las izquierdas. Por un lado, las derechas la aceptan con facilidad (tal y como están haciendo, porque están convencidas de que será su tipo de crecimiento el que prevalezca). Por otro, significa un grave retroceso histórico en relación con los avances de las luchas ecológicas de las últimas décadas, en las que algunas izquierdas tuvieron un papel determinante. Es decir, se omite que el modelo de crecimiento dominante es insostenible. En pleno periodo preparatorio de la Conferencia de la ONU Río+20, no se habla de sostenibilidad, como tampoco se cuestiona el concepto de “economía verde” a pesar de que, más allá del color de los billetes de dólar, resulte difícil imaginar un capitalismo verde.
En contraste, en América Latina las izquierdas están polarizadas como nunca en torno al modelo de crecimiento y de desarrollo. La voracidad de China, el consumo digital sediento de metales raros y la especulación financiera sobre la tierra, las materias primas y los bienes alimentarios están provocando una carrera sin precedentes por los recursos naturales: explotación minera de gran escala a cielo abierto, explotación petrolera, expansión de la frontera agrícola. El crecimiento económico propiciado por esta carrera colisiona con el aumento exponencial de la deuda socioambiental: apropiación y contaminación del agua, expulsión de millares de campesinos pobres y de pueblos indígenas de sus territorios ancestrales, deforestación, destrucción de la biodiversidad, ruina de modos de vida y de economías que hasta ahora parecían garantizar la sostenibilidad. Desafiada ante tal contradicción, una parte de las izquierdas opta por la oportunidad extractivista con la premisa de que los rendimientos generados se orienten a reducir la pobreza y construir infraestructura. La otra parte, en cambio, entiende el nuevo extractivismo como la fase colonial más reciente por la cual América Latina está condenada a ser exportadora de naturaleza hacia los centros imperiales que saquean las inmensas riquezas y destruyen los modos de vida y las culturas de los pueblos. La disputa es tan intensa que incluso pone en tensión la estabilidad política de países como Bolivia y Ecuador.
La discrepancia entre las izquierdas europeas y las izquierdas latinoamericanas reside en el hecho de que solo las primeras suscribieron incondicionalmente el “pacto colonial” según el cual los avances del capitalismo valen por sí mismos, aunque hayan sido (y continúen siendo) obtenidos a costa de la opresión colonial de los pueblos extraeuropeos. Así, nada nuevo se presenta en el frente occidental en tanto sea posible externalizar la miseria humana y la destrucción de la naturaleza.
Para superar este contraste y avanzar en la construcción de alianzas transcontinentales son necesarias dos condiciones. Por una parte, las izquierdas europeas deberían objetar el consenso del crecimiento que, o es falso, o significa la complicidad repugnante con una larguísima injusticia histórica. Asimismo, deberían discutir la cuestión de la insostenibilidad y poner en causa tanto el mito del crecimiento infinito como la idea de la inagotable disponibilidad de la naturaleza en que se asienta, asumiendo que los crecientes costes socioambientales del capitalismo no son superables con imaginarias economías verdes. Por último, deberían defender que la prosperidad y la felicidad de la sociedad dependen menos del crecimiento que de la justicia social y de la racionalidad ambiental; y tener el coraje de afirmar que la lucha por la reducción de la pobreza es una burla para disfrazar la lucha, que no se quiere entablar, contra la concentración de la riqueza.
Por su parte, las izquierdas latinoamericanas deberían discutir las antinomias entre el corto y el largo plazo, teniendo en mente que el futuro de las rentas diferenciales generadas hoy por la explotación de los recursos naturales está bajo control de pocas empresas multinacionales y que, al final de este ciclo extractivista, los países podrían quedar más empobrecidos y dependientes que nunca. Deberían reconocer también que el nacionalismo extractivista garantiza para el Estado recetas que podrían tener una importante utilidad social solo si son empleadas, al menos en parte, para financiar una política de transición del actual extractivismo depredador a una economía plural en la cual el extractivismo únicamente será útil en la medida en que sea indispensable. Esta transición debería comenzar de inmediato.
Las condiciones para políticas de convergencia global son exigentes pero no imposibles, y expresan opciones que no deben ser descartadas bajo pretexto de ser políticas de lo imposible. La cuestión no está en optar entre la política de lo posible o la política de lo imposible. Está en saber situarse, siempre, en el lado izquierdo de lo posible.
Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).
Rebelión.
Al final, somos de izquierda o no?
Recuerden que todo esto no es Oficial del Partido Pirata!!!
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