El libro es una inquietante investigación sobre los transgénicos y Monsanto, la principal multinacional productora de semillas de esta clase, y se encuentra en París no sólo en librerías, sino también en las tiendas de quesos. Más de 90.000 franceses lo han comprado y su publicación en enero coincidió en Francia con la prohibición de este tipo de cultivos. La autora, la periodista Marie-Monique Robin, llega acelerada cargando un bolsón lleno de papeles. El mundo según Monsanto (Península), que se acaba de publicar en España, es un reportaje de 500 páginas, que cuestiona, entre otras plantas, el maíz alterado genéticamente. En Francia está prohibido su cultivo; en España no.
Pregunta. ¿Es perjudicial para la salud comer plantas alteradas genéticamente?
Respuesta. No se sabe. Se han hecho estudios fiables sobre si perjudica a corto plazo. Y ahí sabemos que no es tóxico. Pero me preocupa la toxicidad crónica, que desencadene un cáncer, por ejemplo. Sobre eso no se han hecho estudios que lo demuestren.
P. Los defensores de estos cultivos alegan que pueden desterrar el hambre porque son más resistentes y más productivos.
R. Eso es mentira. Hay estudios que demuestran lo contrario. Son más débiles, resisten menos a las sequías, a las inundaciones. Si una planta ha sido alterada para producir en su interior el insecticida que repele al insecto, emplea parte de su energía en eso, y no en crecer. Así que luego hay que echarle fertilizantes, que también produce Monsanto. Además, en 10 años, el insecto que causaba la plaga y contra el que se luchaba se ha hecho resistente. ¿Y entonces qué se hace? Para escribir el libro he viajado a India, donde los campesinos se suicidaban por las malas cosechas transgénicas. La solución no está ahí.
P. ¿Y dónde está?
R. En no restringir la biodiversidad. Siempre habrá variantes naturales de esta planta o de otra que resistan más a un tipo de sequía o a un periodo de lluvias inesperado. Limitar la biodiversidad es condenar a esos países pobres. En México, la tierra en la que nació el maíz hace 5.000 años, hay variantes para todo. Hay maíz blanco, azul y violeta. O había. Porque poco a poco, el transgénico lo va invadiendo todo.
P. Usted ataca a Monsanto.
R. Es una empresa criminal. Por su historia. Por su comportamiento y por esconder los hechos. El 90% de las semillas transgénicas pertenece a esta firma. Yo cuento casos de científicos que trataron de hacer los estudios que antes refería y que han terminado fuera de la universidad.
P. ¿Cómo es posible que el mismo tipo de cultivo esté prohibido en Francia y no en España?
R. Por la falta de un estudio definitivo. Yo haría otra pregunta: ¿cómo Zapatero admite el maíz transgénico y la sociedad no se subleva? Es algo irresponsable.
P. ¿Qué debemos hacer?
R. Hasta que no se haga un estudio independiente, con especialistas de varios países, debemos presionar como consumidores, ir hasta el final de la etiqueta. Y pedir, por ejemplo, que se ponga no sólo que la soja que compramos es transgénica, sino que se especifique también que la vaca cuya carne comemos no ha sido alimentada con esa soja. Se solicitó, pero la UE no lo aceptó. En EE UU es peor. Allí no se puede poner en la etiqueta de los productos que algo no es transgénico. Si un agricultor quiere hacerlo y comercializar así sus productos naturales, Monsanto lo denuncia y gana. Un economista me dijo que si en EE UU se permitiera especificar qué es transgénico y qué no, se acabaría con este enorme problema mundial. A mí este reportaje me ha cambiado la vida.
P. ¿Cómo?
R. Ahora compro en tiendas biológicas y ha cambiado mi manera de pensar. En enero empezaré otro reportaje sobre el origen medioambiental del cáncer. Porque el cáncer está en el plato de comida, en lo que comemos.
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