martes, 12 de agosto de 2008

Los Juegos Olímpicos de Pekín: presentando el Estado Policial 2.0



Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Àngel Ferrero
Hasta el momento, los Juegos Olímpicos (JJ.OO.) se han convertido en una invitación abierta para cargar contra China, la excusa perfecta para que los periodistas vayan detrás de los rojos en todo, desde la censura en Internet a Darfur. Sin embargo, a pesar de todas las historias desagradables que corren, el gobierno chino ha permanecido sorprendentemente impertérrito. Y ello porque apuesta que nada más empiece la ceremonia de apertura el viernes, instantáneamente os olvidaréis de todo lo desagradable que hayan hecho, a medida que vuestro cerebro se vaya llenando del gran espectáculo político-cultural-atlético que son los Juegos Olímpicos de Pekín.
Os guste o no, vais a quedar sobrecogidos por el formidable espectáculo chino.
Los juegos han sido anunciados como la “fiesta de presentación” de China al mundo. Pero son algo más significativo que eso. Estos Juegos Olímpicos son la fiesta de presentación de un método perturbadoramente eficiente de organizar la sociedad, uno que China ha estado perfeccionando desde hace tres décadas, y que finalmente está preparado para presentar al mundo. Es un potente híbrido de las más poderosas herramientas políticas del comunismo autoritario -planificación central, represión despiadada, vigilancia permanente- enfocado a la consecución de los objetivos del capitalismo global. Hay quien lo llama “capitalismo autoritario”, otros, “estalinismo de mercado”. Yo prefiero llamarlo “McComunismo”.
Los Juegos Olímpicos de Pekín son, por sí mismos, la expresión perfecta de este sistema híbrido. Con proezas extraordinarias, propias de un gobierno autoritario, el estado chino ha estado construyendo deslumbrantes estadios, carreteras y vías ferreas, todo ello en un tiempo récord. Ha arrasado vecindarios completos, adornado las calles con árboles y flores y, gracias a la campaña “contra el escupir”, limpiado las aceras de saliva. El Partido Comunista Chino incluso ha intentado convertir sus cielos de grises en azules, ordenando a la industria pesada el cese de la producción durante un mes, en una especie de huelga general por orden gubernamental.
Y como mensaje para aquellos que se salgan de la línea del partido durante los juegos -activistas tibetanos, defensores de los derechos humanos, bloggers descontentos-, cientos de ellos han sido arrojados a las cárceles durante los últimos meses. Cualquiera que aún albergue planes protesta será descubierto sin duda por alguna de las 300.000 cámaras de vigilancia de Pekín y rápidamente pescado por un policía, de los cuales, según se informa, 100.000 están en misión especial por las Olimpiadas.
El objetivo de toda esta planificación central y espionaje no es celebrar la gloria del comunismo, se llame como se llame el partido que gobierna China. El objetivo es crear la última colonia consumista para las tarjetas de crédito VISA, las zapatillas deportivas Adidas, los teléfonos móviles China Mobile, los happy meals de McDonald's, la cerveza Tsingtao y el servicio de mensajería UPS, por mencionar solamente unos cuantos de los patrocinadores oficiales de los Juegos Olímpicos. Pero el mercado más puntero de todos ellos es el de la vigilancia misma. A diferencia de los estados policiales de Europa oriental y de la Unión Soviética, China ha construido un estado policial 2.0., una entidad enteramente orientada al beneficio que es la última frontera del complejo del capitalismo del desastre (Disaster Capitalism Complex).
Las corporaciones chinas financiadas por los fondos de inversión libre estadounidenses, así como algunas de las más poderosas corporaciones norteamericanas -Cisco, General Electric, Honeywell, Google- han estado trabajando codo con codo con el gobierno chino para hacer que este momento fuera posible: conectando en red las cámaras de televisión de circuito cerrado que escudriñan a los ciudadanos desde cada farola, construyendo el “Gran Firewall” (1) que permite la monitorización remota por Internet y diseñando motores de búsqueda auto-censurados.
Se calcula que el año que viene el mercado de la seguridad interna china moverá una cantidad superior a los 33 mil millones de dólares. Muchas de las principales empresas chinas del sector han llevado sus productos a los mercados estadounidenses y los han hecho públicos, con la esperanza de que, en tiempos de inestabilidad, las inversiones en materia de seguridad y defensa sean contempladas como una apuesta segura. La China Information Security Technology [empresa estatal china para la tecnología de seguridad de la información], por ejemplo, aparece en el índice NASDAQ [National Association of Securities Dealers Automated Quotation System – bolsa de valores electrónica y automatizada], y la China Security and Surveillance [empresa estatal china para la seguridad y la vigilancia] en la NYSE [New York Stock Exchange – Bolsa de Nueva York]. Una camarilla de propietarios de fondos de origen estadounidense ha sido la que ha permitido introducir estas operaciones en bolsa en el país, invirtiendo más de 150 millones de dólares en los últimos dos años. Los réditos han sido espectaculares: entre octubre del 2006 y octubre del 2007, las acciones de la China Security and Surveillance subieron un 306%.
Una parte considerable del despilfarro del gobierno chino en cámaras y en todo tipo de equipos de vigilancia ha tenido lugar bajo el pretexto de la “seguridad olímpica”. ¿Pero cuánto se necesita realmente para mantener la seguridad de un acontecimiento deportivo? El precio ha sido calculado en la pasmosa cifra de 12 mil millones de dólares. Para que nos hagamos una idea: Salt Lake City, que acogió los Juegos Olímpicos de Invierno cinco meses antes del 11 de septiembre, gastó 315 millones de dólares para mantener la seguridad de los juegos y Atenas gastó cerca de 1'5 mil millones de dólares en el 2004. Muchos grupos defensores de los derechos humanos han señalado que la escalada securitaria de China ha cruzado las fronteras de Pekín y que ahora existen 660 ciudades designadas como “seguras” en todo el país, municipios que han sido seleccionados para recibir cámaras de vigilancia y equipo de espionaje. Y, por supuesto, todo el equipo ha sido comprado en nombre de la seguridad olímpica: escáneres del iris ocular, “robots anti-disturbios” y software de reconocimiento facial permanecerán en China mucho después de que los Juegos hayan terminado, preparados para ser empleados contra los obreros y campesinos en huelga.
Lo que los Juegos Olímpicos han proporcionado a las compañías occidentales es una noticia agradable con la que encubrir sus espeluznantes operaciones. Desde la masacre de la Plaza de Tiananmen en 1989, se ha prohibido a las compañías estadounidenses vender equipamiento policial y tecnología a China, pues los legisladores temían que fuera empleado de nuevo contra manifestantes pacíficos. Pero en los días previos a los Juegos Olímpicos se ha hecho caso omiso de la ley cuando, en nombre de la seguridad de los atletas y de los VIPs (incluyendo a George W. Bush), no se le ha denegado ningún juguete nuevo al estado chino.
Hay una ironía amarga en todo ello. Cuando se le concedieron a Pekín los Juegos Olímpicos hace siete años, la teoría era que el escrutinio internacional al que se sometería forzaría al gobierno chino a garantizar más derechos y libertades a su pueblo. En cambio, lo que los Juegos Olímpicos han hecho es abrir la puerta trasera a la mejora de sus sistemas de control y represión de la población. ¿Se acuerdan de cuando las compañías occidentales afirmaban que haciendo negocios con China lo que estaban en realidad haciendo era difundir la libertad y la democracia? Ahora estamos viendo justamente lo contrario: la inversión en equipos de vigilancia y censura está ayudando a Pekín a reprimir activamente a una nueva generación de activistas mucho antes de que siquiera tengan la oportunidad de entrar en contacto entre ellos y establecer finalmente un movimiento de masas.
Los números de esta tendencia son escalofriantes. En abril del 2007, los oficiales de 13 provincias se reunieron para realizar un informe y evaluar cómo estaban funcionando sus nuevas medidas de seguridad. En la provincia de Jiangsu, en la cual, según el South China Morning Post, se estaba empleando “la inteligencia artificial para extender y mejorar el sistema de monitorización existente”, el número de protestas y disturbios “descendió un 44% en el último año.” En la provincia de Zhejiang, donde se habían instalado nuevos sistemas de vigilancia, descendieron un 30%. En Shaanxi, los “incidentes de masas” -nombre en clave para las protestas- descendieron un 27% en un año. Dong Lei, el diputado de la provincia por el partido, atribuyó los resultados a la enorme inversión en cámaras de seguridad en toda la provincia. “Nuestro objetivo es conseguir una capacidad de monitorización las 24 horas del día, todas las estaciones del año”, dijo a los asistentes.
Los activistas en China se encuentran bajo una intensa presión, incapaces de funcionar incluso a los limitados niveles en que lo hacían hace un año. Los cafés-internet están llenos de cámaras de video-vigilancia, y la navegación por Internet está cuidadosamente vigilada. En las oficinadas de un grupo de derechos laborales de Hong Kong, me encontré con el conocido disidente chino Jun Tao. Había acabado de abandonar la península ante el continuo acoso policial. Tras décadas de luchar por la democracia y los derechos humanos, dijo que las nuevas tecnologías de vigilancia hacían “imposible funcionar como hasta ahora veníamos haciendo en China.”
Resulta fácil ver los peligros de un estado de vigilancia de alta tecnología en la lejana China, cuando las consecuencias para gente como Jun son tan especialmente graves. Lo que resulta más difícil es ver esos mismos peligros cuando estas tecnologías se infiltran en la vida diaria a través de la red de cámaras de circuito cerrado de televisión en las calles estadounidenses, las tarjetas biométricas “para un embarque rápido” en los aeropuertos y los operativos de vigilancia de correos electrónicos y llamadas telefónicas. Para el sector global de la seguridad doméstica, China es más que un mercado: es un salón de muestras. En Pekín, donde el poder del estado es absoluto y las libertades civiles inexistentes, las tecnologías de vigilancia fabricadas en los EE.UU. pueden llevarse hasta el límite.
La primera prueba comienza hoy: ¿Puede China, a pesar del enorme malestar que late bajo la superficie, celebrar unos JJ.OO. “armoniosos”? Si la respuesta es definitivamente que sí, como muchas de las otras cosas hechas en China, entonces es que el Estado Policial 2.0 está listo para su exportación.
NOTAS DEL TRADUCTOR: (1) Juego de palabras entre Great Wall [“Gran Muralla [china]”] y Firewall [“cortafuegos”, programa de seguridad de Internet]
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencinoar a sus autores y la fuente.




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