De el diario "El País" de España.
"Un crimen contra la humanidad". Palabras gruesas que parecen destinadas a los nazis, el Gulag, la Camboya de Pol Pot o Srebrenica. Pero que las Naciones Unidas y el Gobierno de India -el segundo país más poblado del mundo- asocian ahora a los biocombustibles por su incidencia sobre la crisis alimentaria, los precios de los cereales y el hambre que acecha a millones de personas en todo el mundo. La demostración palpable de que el debate ha calado está en los autobuses madrileños: unos 400 autocares de la Comunidad de Madrid circulan ya con carburantes que utilizan en su fabricación cereales o aceites vegetales. Al lado de la flamante pegatina -"funciona con biodiésel"-, en algunos de esos vehículos podía leerse esta semana una pintada siniestra: "Asesinos".
Mimados por los subsidios y la legislación en Europa y en Estados Unidos, los biocarburantes han crecido en los últimos años a la misma velocidad que ahora pierden lustre y apoyos por todos lados. Han dejado de ser la quintaesencia de lo políticamente correcto. La ONU los ha puesto en el disparadero y las críticas arrecian desde el Fondo Monetario Internacional y la OCDE -foros donde dominan los países ricos- hasta el Banco Mundial y la FAO, las instituciones multilaterales centradas en el mundo en desarrollo.
"Sin los biocarburantes, la gasolina sería aún un 15% más cara. Pero el impacto sobre el incremento de los precios de los alimentos va mucho más allá. Probablemente hay que desandar una parte del camino y reducir los apoyos que han recibido; la crisis es grave y la escasez de alimentos es un argumento difícil, muy difícil de combatir", asegura Francisco Blanch, responsable mundial de materias primas del banco de inversión Merrill Lynch y una autoridad en la materia. "El problema es que no hay muchas alternativas: el crecimiento económico exige energía en grandes dosis. Y ante la pujanza de China e India, ¿de dónde va a venir la energía necesaria si no sale de ahí? ¿Vamos a decirles a los países en desarrollo que no crezcan?", se pregunta desde Londres.
Los productores de biocombustibles eran hace nada el súmmum de lo verde: una bendición para el medio ambiente y a su vez una alternativa al petróleo, cada vez más caro y escaso, y por lo tanto una apuesta de futuro para apuntalar la seguridad energética internacional. Entre ese halo de bondad -ahora en entredicho- y las alusiones a las trompetas del Apocalipsis de la ONU hay un buen puñado de causas, que van desde las oscuras presiones de los poderosos lobbies petroleros y alimentarios a la alta política, e incluso a la especulación en los mercados internacionales. Pero ante todo destaca el papel indiscutible -y a su vez contaminado con grandes dosis de demagogia- del biofuel en el fenomenal encarecimiento de los alimentos y su incidencia en el lado más tenebroso de la reciente crisis alimentaria: las hambrunas que afectan ya a casi 40 países.
Europa destina poco más del 4,5% de todos los cereales cultivados a la producción energética, unos 21,5 millones de toneladas. Pero las cifras globales son más importantes, y sobre todo la tendencia de crecimiento es abrumadora. Casi un tercio del maíz que creció el año pasado en los campos estadounidenses (cerca de 80 millones de toneladas) alimentan hoy coches, y no personas. Los fuertes subsidios y el apoyo regulatorio que ofrecen la Unión Europea y el Gobierno de EE UU al cultivo de materias primas para biofuel hacen cada vez más atractivo destinar las cosechas a llenar los depósitos y no los estómagos. Eso influye directamente en las cotizaciones. El aumento de la producción de maíz se ha obtenido a expensas de cosechas de otros cereales, con efectos sobre los precios por sus consecuencias en toda la cadena alimentaria.
Los expertos se cuestionan si el biocarburante, llamado a reducir la tiranía del petróleo, es tan rentable como parecía. Al margen de los subsidios, sólo salen a cuenta si se combinan altos precios para el crudo y bajos precios para el cereal (tal vez con la excepción del etanol de Brasil). Lo primero está servido: tanto el crudo brent europeo como el West Texas estadounidense han superado ya los 120 dólares por barril, y van camino de los 150 e incluso de los 200 dólares. Lo segundo es cada vez más complicado. El maíz vale ahora cerca de ocho dólares por bushel (24,5 kilos) en la Bolsa de Chicago, un 60% más que el año pasado. El trigo ha subido el 53% en un año. Y la soja un 40%.
El grado de responsabilidad de los biocarburantes en esta subida de las materias primas es casi un misterio. Según quién lo analice, la horquilla de impacto va del 5% al 60%. Lo que ya nadie discute es que alguna incidencia han tenido. Y lo que está por venir es más y más de lo mismo: un estudio de Naciones Unidas y la OCDE asegura que los precios de los alimentos aumentarán un 50% adicional en la próxima década por los biocombustibles. "En el contexto de muy bajas reservas de los últimos años, la demanda adicional procedente del biofuel dispara los precios", asegura Álvaro Mazarrasa, de la Asociación de Operadores Petroleros. "Ha habido precipitación a la hora de fijar objetivos de utilización de biofuel en Europa y EE UU. El impacto sobre los precios de los alimentos obliga a repensar esa política y establecer objetivos más prudentes", añade.
"El problema es que prácticamente no hay otra alternativa al crudo en el carburante para el transporte", asegura el catedrático de la Universidad de Barcelona Mariano Marzo. Las prisas asociadas a la necesidad de apuntalar la seguridad energética, combinadas con el estratosférico precio del petróleo, han alimentado la sed de biocarburantes. Pero la hambruna actual en decenas de países introduce un cambio radical de perspectiva. Ante esas distorsiones en el mercado alimentario, Marzo reclama "una moratoria en Europa" para retrasar los ambiciosos planes de utilización de biocarburantes, que según la normativa actual deben suponer al menos el 10% de las gasolinas en 2020.
Hasta en Estados Unidos un grupo de senadores republicanos ha apostado esta misma semana por replantear los apoyos al etanol procedente del maíz, por su impacto en los alimentos. Pero no parece que la Administración de Bush sea favorable a demasiados cambios al respecto.
El presidente George W. Bush declaró hace unos días que los biocombustibles "sólo son responsables del 15% de la inflación en los alimentos". Bush continúa defendiendo a capa y espada este combustible, al que considera indispensable para reducir la dependencia energética estadounidense, una de sus obsesiones. De ahí el gran volumen de subvenciones -hasta dos centenares de líneas de ayudas diferentes- que se conceden para la plantación de maíz y de las leyes que apoyan su transformación en carburante.
En la Unión Europea la situación es similar. Bruselas mantiene sus apoyos al biocarburante, pese a que ya han surgido las primeras voces discordantes. Ante la tormenta, la mayor parte de asociaciones agrarias se quejan de la demonización de los biofueles. El apoyo a cultivos para gasolina y las subvenciones están suponiendo un nuevo uso para las tierras y la revitalización de un sector de capa caída. La mayoría de asociaciones reivindica que la incidencia de este nuevo uso sobre los alimentos es limitada.
La comisaria de Agricultura, Mariann Fischer Boel, cerró filas el pasado miércoles en Bruselas en un duro discurso contra las críticas que se ciernen sobre el biofuel. "A pesar de la espiral que se ha desatado, el efecto es verdaderamente limitado sobre los precios de los alimentos. No necesitamos que los biocarburantes se conviertan en un chivo expiatorio: usados correctamente, son un arma ante los problemas derivados de la falta de oferta energética y en la lucha contra el cambio climático".
Todo eso está por ver. En plena redefinición. La conveniencia económica de los biocombustibles se pone en duda desde hace años. En España la mayor parte de las fábricas de este combustible están cerradas, porque esta campaña los cereales cuestan demasiado. Aun así los precios, a decir de algunos expertos, no deberían frenar la producción de una gasolina que frene el cambio climático. Sin embargo, este punto también levanta ampollas. La primera la pinchó Hartmut Michel, premio Nobel de Química en 1988.
Este gran aficionado a los combustibles de origen vegetal aseguró ya en 2007 que los biocarburantes no ahorran emisiones de CO2. Michel explicaba que para conseguir el combustible es necesario el uso de fertilizantes, maquinaria y una destilación que provocan que se acabe emitiendo más CO2 del que produce cualquier motor de gasolina en un coche. Los ecologistas apuntan otros factores. "Hay que añadir la deforestación que causan las plantaciones. Hay países donde se sustituyen cultivos, se destrozan bosques o se planta en zonas sumamente fértiles que podrían destinarse al autoabastecimiento", matizan los investigadores de Intermón.
Sara Pizzinato, de Greenpeace, explica que no está claro que se ahorren emisiones, "en especial con la tecnología actual". "Puede que en el futuro mejoren las prestaciones del biofuel, pero la crisis es aquí y ahora", abunda antes de afirmar que no debe incentivarse su uso "mientras no se demuestre fehacientemente que no van a causar la degradación de grandes forestas, como la Amazonia, y mientras no garanticen una reducción de emisiones que ahora no está asegurada".
No es una opinión aislada. El mexicano Ángel Gurría, secretario general de la OCDE -que agrupa a los 30 países más industrializados del mundo-, asegura que el biofuel actual "no proporciona ni la seguridad energética, ni la medioambiental ni los beneficios económicos que se habían pronosticado". "Tal vez más adelante se obtengan mejores resultados sin ese gran impacto sobre los precios alimentarios", aventura.
La patronal española rebate todas las críticas. Manuel Bustos, de la Asociación de Productores de Energías Renovables (APPA), denuncia la "campaña de criminalización, con declaraciones para la galería cuando la propia FAO limita el impacto sobre el encarecimiento de los alimentos a un máximo del 10%". "Lo fácil es criticar", añade. "La realidad es que los biocarburantes son la única alternativa disponible para empezar a sustituir al petróleo en el transporte, que produce el 25% de los gases de efecto invernadero. Y sobre su incidencia medioambiental no hay más que consultar los estudios de la Agencia Internacional de la Energía, la Comisión Europea o The White House National Economic Council, por citar sólo tres organismos".
En el fondo ésta es todavía una guerra de cifras. "Es complicado conseguir datos exactos porque los estudios económicos necesarios para valorar un impacto concreto incluyen parámetros muy diversos y complejos. Por eso, cuando no se conocen los detalles sobre un país o no se tiene suficiente perspectiva, muchos se tiran a la piscina y barren para casa, según lo que convenga", explica Teresa Cavero, investigadora de Intermón Oxfam. Esta ONG asegura tener datos fiables. Ha elaborado estadísticas cruzando el crecimiento de demanda de cereal para diferentes usos (alimentación humana, animal y uso industrial) en todos los países con sus incrementos de precios según el FMI. El resultado: el aceite de palma se ha encarecido un 37% por culpa del biocombustible. El maíz, un 60%. La soja, un 30%.
¿Qué pasa con el trigo o el arroz? "También hay un efecto sobre la cotización, pero aquí hay factores mucho más potentes como los climatológicos o de población. Pero influye por efecto contagio", remacha Cavero.
En ninguna polémica que se precie falta la teoría conspirativa. Aquí tampoco. Hay quien ve tras el alud de críticas una conspiración en toda regla que conjuga los intereses de los productores de petróleo y las multinacionales alimentarias con los de las grandes potencias. "La economía estadounidense es una de las grandes exportadoras de granos, y se beneficia de las cotizaciones actuales. No es raro que los lobbies presionen en Washington a favor de mantener los subsidios. Como tampoco es extraño que Alemania lo haga en Europa para que sigan construyéndose plantas de biocarburantes con su tecnología", apunta Jesús Ruiz, especialista en energía de la consultora Arthur D. Little.
Ruiz ve difícil una vuelta atrás en el desarrollo del sector. "Las empresas que han invertido lo han hecho pensando en la seguridad jurídica de áreas económicas tan poco sospechosas como EE UU y la UE, y en unas subvenciones que no son reversibles por el mismo motivo", apunta. La solución no parece sencilla: "Que el petróleo empiece a bajar; entonces empezarán a hacerlo también los alimentos".
El futuro de los biocarburantes se ha ensombrecido. Pero hace un año nadie o casi nadie alertaba de los problemas que podía acarrear la idea. Desde luego, las voces discordantes no surgían del FMI o del Banco Mundial. La primera andanada contundente salió de donde probablemente nadie se esperaba. En marzo del año pasado, un Fidel Castro aún convaleciente tras ocho meses de enfermedad se estrenaba como columnista del diario Granma con un artículo titulado 'Condenados a muerte por hambre y sed más de 3.000 millones de personas en el mundo', por la "idea siniestra" de "convertir alimentos en combustible". Pese a su habitual querencia por la desmesura, a la vista de los acontecimientos habrá que esperar nuevas entregas. -
A favor y, sobre todo, en contra
- Jean Ziegler, relator de la ONU, sociólogo y escritor. "Los biocarburantes son un crimen contra la humanidad", fruto de las "políticas aberrantes del Fondo Monetario Internacional".
- Paul Krugman, economista. "Es necesario tomar medidas contra el biofuel, que ha demostrado ser un terrible error".
- Jeffrey Sachs, economista y consejero especial del secretario general de Naciones Unidas. "No son la única causa, pero tienen parte de la culpa de la hambruna actual. La reducción significativa de los programas en la UE y en Estados Unidos sería una manera eficaz" de solucionar esta situación.
- Hartmut Michel, premio Nobel de Química. "Con los biocombustibles no se ahorran emisiones de CO2".
- Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial. "EE UU tiene que evaluar el efecto que causa en los asuntos humanitarios relacionados con el precio de los alimentos".
- Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil. "Desarrollados con criterio, de acuerdo con las realidades de cada país, pueden generar ingresos e inclusión social".
- Jacques Diouf, director de la FAO. "Necesitamos desarrollar con urgencia una estrategia internacional para que la bioenergía beneficie a los pobres".
- Mariann Fischer Boel, comisaria europea de Agricultura. "El biofuel es más valioso como carburante que como chivo expiatorio".
- George W. Bush, presidente de EE UU. "Si dependes del petróleo extranjero, tienes un grave problema de seguridad nacional". "La nueva tecnología como el etanol nos ayudará a ser mejores custodios del medio ambiente".
- Fidel Castro, líder cubano, en marzo de 2007. La "idea siniestra" de "convertir alimentos en combustible" condena a muerte "por hambre y sed a más de 3.000 millones de personas". "Présteseles financiamiento a los países pobres para producir etanol del maíz o cualquier otro alimento y no quedará un árbol para defender a la humanidad del cambio climático".
El maná brasileño de la caña de azúcar
Cuando alguien plantea dudas sobre la viabilidad y rentabilidad de los biocombustibles, está obligado a añadir un pero a continuación: Brasil. En Estados Unidos y la Unión Europea, la producción es costosa y, pese a las subvenciones, es complicada la viabilidad del biocarburante. Sin embargo, en Brasil los costes de elaboración son mínimos en comparación con el resto de productores. Según datos de la OCDE, obtener una tonelada de biodiésel cuesta en la Unión Europea más de 500 dólares (320 euros). Producirla en Brasil vale menos de 300 (193 euros).
Algas para el depósito
Paja en vez de grano. En ese axioma se reduce el objetivo de las nuevas generaciones de biocarburantes. Se trata de alimentar coches sin dejar de alimentar personas, lo que pasaría por usar materiales no comestibles para la elaboración de gasolina. Una utopía que, según expertos y ecologistas, podría alcanzarse con los biocombustibles de segunda generación (2G), que necesitan más inversión y un tiempo prudencial para su desarrollo.
Los biocarburantes actuales se producen básicamente a partir de maíz o caña de azúcar (etanol) y de semillas, aceite de palma o cereales como el trigo (biodiésel). Para los 2G, todavía en desarrollo, se utiliza celulosa (material por el que más se apuesta), hierba, paja o incluso algas. El problema es que aunque el producto resultante es incluso mejor que el actual, su proceso de elaboración es químicamente más complejo y, de momento, necesita una gran cantidad de energía, por lo que aún no compensa. "Una de las mayores esperanzas está depositada en las algas", comenta Heikki Willstedt, experto en energía de WWF/Adena. Estas plantas producen mucha biomasa. Se plantan en estanques y se alimentan con gases como el CO2 o el azufre. Permiten recoger hasta una cosecha semanal. El problema: "Hay que investigar más. En Japón ya hacen pruebas con agua salada. Puede ser la solución, pero hay que desarrollarla, porque en lugares como España no se puede obviar que el agua dulce no sobra", matiza Willstedt. -
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